¿Qué somos?

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     4. ¿Qué somos?

     ° Roxas Pov's °

     El final de la jornada, los viernes, he de decirlo, me encantan, todas las clases salen temprano y yo tengo tiempo para estar solo. La soledad es como un veneno, uno muy adictivo, te mata lentamente, sabes que te está matando, que poco a poco se apodera de todos los espacios de tu vida y aleja a las personas que te rodean. Pero es tan cómodo que no lo notas, es agradable, pero a la vez lo odias, pues terminas por convertirte en un extraño para la gente, estás encerrado en tu propia cárcel encantada.

     Cuando intentas salir de ahí ya es tarde, el esfuerzo resulta inútil, y muchas, muchas veces, la sociedad y lo horrible que se comporta, tampoco te da animos, terminas diciendo “Hey, mi mugroso y desierto agujero negro no está tan mal”.

     Porque os diré algo, la sociedad está mal.

     Subí casi con entusiasmo las escaleras de la torre del reloj, tenia un par de horas antes de llegar a casa, y he decidido que las desperdiciaré aquí, es un lugar hermoso, cálido, reconfortante y lo que más me gusta...

     Abrí la puerta de metal.

     Una chica estaba sentada al borde del precipicio, comiendo un helado azul.

     Está solo... o bueno, lo estaba.

—Empezaré a creer que me estás siguiendo —dije confundido, ¿qué hacía Xion allí?

    Ella se dio la vuelta e hizo un pequeño gesto de saludo con la mano, pues su boca estaba ocupada o posiblemente dormida por el frío.

—Ya quisieras, rubio —respondió en un susurro, al sacarse el helado de los labios—. Este es mí lugar, aquí vengo cuando quiero olvidar que mi vida allá abajo apesta.

—Mi vida allá abajo también apesta, ¿te puedo acompañar?

—Seguro.

     Me senté a su lado y quedé viendo al sol ponerse, por alguna razón me era incómodo mirarla directamente, algo me decía que no debía preguntar porque había dicho que su vida era mala, es decir, aún cuando nos conocemos muy poco, y ella no sabe mi nombre, nos hemos encontrado varias veces en el colegio, sin mencionar, que es de las pocas personas que me tratan bien.

—¿Vienes aquí seguido? —pregunté.

    Ella encogió sus hombros, no respondió.

—Vale, lo lamento, es extraño para mi estar en lugar así con compañía —insistí, sintiendo que quizás la molestaba.

     Al poner mis ojos sobre ella, me di cuenta de que no miraba la puesta de sol. Contemplaba su pies, tan absorta que posiblemente ni me hubiese escuchado. Volví a guardar silencio, su presencia se sentía extraña en esta ocasión, como si le faltara fuerza para poder interactuar conmigo. Es extraño, pero a diferencia de su actitud irónica y a veces sarcástica, que denota una rapidez increíble en sus pensamientos, hoy me parece una muñeca, de esas que traen las cajitas musicales y que necesitan cuerda cada tanto. Una pequeña bailarina que se ha quedado estática mirando al vacío.

—¿Xion? —murmuré al tocarla en el brazo, al instante sobresaltó.

—¿Sí?

—¿Todo en orden?

—Sí, sí —respondió esforzándose por sonreirme. Luego tomó su bolso y sacó de él un helado igual de azul al que comía—. ¿Quieres? Es decir, lo compré para mi, para comerlo en la estación de trenes, pero como estás acompañándome...

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