Luz de Luna

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   Luz de Luna

   ♦Naminé Pov's♦

   Cogí mi peluche de conejo rosa, con el que duermo todas las noches, y abrí silenciosamente la puerta de mi recamara para deslizarme con sigilo a través del pasillo. Entré a la pieza de Roxas evitando despertarlo, debían ser alrededor de las 2:30a.m. Me detuve frente a la cama para verlo dormir, lucía apasible, las persianas abiertas de par en par junto a él dejaban que la luz de la luna iluminara a la oscura habitación.

    Quise morir, no sé si de tristeza, no sé si de dolor, no sé si de amor, pero quise morir allí tren a mi gemelo, ¿qué culpa podía tener de lo que yo sentía? Si ni quisiera lo había estado buscando, que naturaleza era ser dulce y eso no tendría que ganar mi corazón, se debería limitar a hacerme sentir orgullosa por tener un hermano tan amable, pero no, yo  puedo palpar algo más fuerte en mi pecho, algo que no es orgullo ni reciprocidad, una cosa insana nacida de las más bellas emociones.

    Me pasé un mechón de cabello tras la oreja y luego me incliné con lentitud, queria darle un beso, solo uno, pequeño y suave en la boca.

    Cuando casi alcancé a rozarlos...

—Naminé, ¿qué estás haciendo?

    Lo había despertado, mi cabello largo le hizo cosquilla en la nariz, estoy segura.

    Me incorporé inmediatamente con la cara pintada de un rojo violento.

—Nada, nada, lo juro —dije negando—. Solo te queria dar el beso de buenas noches.

—Ya... el beso de buenas noches... ¿en los labios?

—Antes lo hacíamos —me defendí, abrazando con fuerza al peluche rosa—. ¿Recuerdas?

—¿Y cuantos años crees que tenemos? —preguntó en apariencia enfadado.

    Se sentó en la cama y revolvió su cabello rubio, un rubio que yo podía observar cada vez que me veía al espejo. Me sentí culpable y evité encararlo. Sin embargo, tampoco era opción huir de allí.

    Llevaba una camisa negra y unos pantalones del mismo color, en cambio, yo siempre prefería dormir de blanco, con vestidos translúcidos o con pantalones cortos, creyéndome linda, la verdad es que ahora apostaría a que soy la chica más estúpida del mundo.

—Naminé, ¿qué pasa? ¿necesitas algo? —cuestionó, ahora con tono preocupado—. ¿Te sientes mal? ¿quieres una pastilla o...?

—Tengo frío.

—Aguarda...

    Bostezó con paciencia, le costaba desperezarse.

—¿Me estás diciendo que viniste a mi recamara a las tantas de la madrugada porque tienes frío? —sus ojos cristalizados me observaron con indiferencia—. Pues no me sorprende si vas vestida así, coge otra sabana, ponte algo más largo...

—Quiero dormir hoy contigo.

—Sí, sí, y arriesgarme a que mamá me asesine mañana en la mañana, dejame considerarlo... —tanteó—. Sí, yo creo que mejor no.

     Me senté de lleno en sus piernas, y, soltando al peluche lo abracé a él.

—Ya no eres tan cariñoso como antes, a mi me gustaba cuando dormíamos juntos, a veces la cama se siente muy vacía sin ti.

—No somos críos de de cinco años —dijo cargándome en brazos y caminando hacia la puerta. Al llegar, me depositó en el suelo y la abrió—. Nami, sabes que te amo, pero comprende, estás actuando extraño y me tienes con los nervios de punta, creo que lo mejor es que te devuelvas a tu habitación.

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