Corazón de Oro

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   ♦ Naminé Pov's ♦

     En mi bolso hay un pastel de chocolate con fresas que compré para mi hermano, estos días ha estado más distante que de costumbre y cada vez que intento hablar con él me esquiva, se comporta raro desde el baile, pero esta noche no voy a dejar que me aparte, voy a quedarme ahí, a acompañarlo, sea lo que sea que tenga que hacer, yo quiero formar parte de su vida y de su tiempo.

     Una gota de lluvia humedeció mi mejilla. El transcurso del día había sido nublado, y ahora por fin va a llover. Sonreí y abrí mi paraguas, Roxas lo había comprado para mi hace algunos años.

    Cuando eramos pequeños, creo que al él le encantaba el concepto de que las niñas eran muy diferentes de los niños, por lo que cada vez que veía algo rosa, tierno o esponjoso lo asociaba conmigo, quizás pasaba por la juguetería y veía un peluche de conejo y decía “Hay que dárselo a Naminé, le va a encantar” o mamá iba con el a comprarle ropa y siempre acaban trayendo vestidos para mi. Solía ponerme por encima suyo, pensar más en mi que en él, y eso me conmovía profundamente. Recuerdo también que cuando él se portaba mal y nuestra madre lo regañaba o lo golpeaba, a Roxas le daba bastante igual, pero si era yo la que debía resistir el castigo él era capaz de generar una guerra de horas con mamá, con tal de que no me hirieran.

     Era protector, cariñoso, y amable. Era un niño como el resto, pero conmigo era tan atento, que tal vez en algún punto estúpido de la historia empecé a confundir la clase de afecto que sentía por él.

     Todavía dudo que tener ganas de besar en los labios a un hermano sea natural.

     No lo es, y voy a enloquecer si sigo así.

     Al llegar a la parada de trenes estaba vacía, esta es el tipo de ciudad en la que la lluvia espanta a las personas, y si no se detiene en menos de treinta minutos ya la mayoría de los negocios han recogido.

—Espero que Roxas ya haya llegado a casa —dije, al darme cuenta de que el último tren que él podía tomar, estaba por salir.

     Cerca de la parada, a unos pasos de donde estaba yo, se escuchó un gimoteo y fue en ese momento que me percaté de que había una caja de cartón que se movía con inquietud. Un pequeño perrito color negro asomó el hocico por el borde, la lluvia lo había empapado y parece que empezaba a molestarlo.

     Era tan lindo que, me atrevería a decir que fue amor a primera vista.

     Me acerqué a él y procuré que mi paraguas también lo cubriera, me lo llevaría a casa, si no fuera porque mamá lo detestaría.

      Algún día seré veterinaria, y tendré muchos animales en mi casa.

(...)

—¡Mamá! ¡mira! ¡encontré un cachorro abandonado en la calle!

     Lo tenia cargado en brazos, envuelto en una toalla blanca. Al final mi impulso por conservarlo había sido más fuerte que mi prudencia.

—Podría haber jurado que Roxas llegó hace un par de horas —murmuró nuestra madre desde la cocina.

     Roxas, quien estaba sentado en la sala leyendo, pasó una hoja de su libro sin el menor rastro de entusiasmo.

—Voy a fingir que no escuché eso —dijo mi gemelo, quien, por su horario, se sabia que no debía llevar más de treinta minutos en la sala.

—¡Mamá, es en serio! ¡quiero quedarme con él! Por favooooor —supliqué entrando a la cocina para hablar con ella—. Solo observarlo, ¿acaso no es la cosita más bonita, peluda y tierna que has visto?

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