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Milo estaba irritado.

No por el hecho de que lo acosara un hermoso francés de piel blanca con cabello largo y rojo, de hecho, si ese chico no fuera demasiado raro para su gusto ya se lo habría tirado con seguridad porque para el escorpión no era más que otra masa habitando  espacio en el universo, ahora que lo recordaba llevaba viendo a ese chico casi a donde quiera que él fuera tal como si fuera una sombra incluso le había hablado a Aioria sobre ese chico que varias veces había visto en la biblioteca o en cualquier lugar en el que mirara mas el león solo le dijo que estaba loco y que se pusiera a trabajar en lugar de pensar tantas idioteces.

Sin embargo, a pesar de todo su atractivo de príncipe de la soledad y su porte de haber sido descendiente de la corona francesa, ese chico le provocaba cierta... repulsión. No entendía porque una persona tan hermosa le provocaba tal sentimiento y por más que indagaba en lo más profundo de su mente no tenía una buena explicación para definir aquella aversión. 

Por el cristal, pudo ver como el castaño brincaba las escaleras en dirección a la puerta con una pequeña sonrisa  en la boca y entró animadamente en el pequeño local de comida variada hasta la mesa donde el escorpión se encontraba. 

  —Wow ¿por qué diablos estás tan feliz? 

—Oh por nada jeje, solo me siento muy feliz. 

—¿Pasó algo con Shaka, cierto? 

La sonrisa del león se ensanchó y sus ojos brillaron con emoción. 

—Es que es... perfecto.— Milo solo rodó los ojos con fastidio, siempre prefería hacer oídos sordos cuando Aioria hablaba del rubio.   

—Si tú lo dices.           

  —Es que simplemente es precioso, como hoy se veía radiante con esa camisa que me daban ganas de... 

Y así la tarde de Milo se vio consumida por el constante fangirleo del castaño que no paraba de adular a cierto rubio que no era muy cercano al escorpión: no le caía mal ni nada por el estilo solamente le daba cierta desconfianza que siempre estuviera tan calmado al hacer las cosas, casi como ese chico pelirrojo. 

Inconscientemente se vio a si mismo con la mirada fija donde el francés estaba sentado desde antes que él hubiera puesto un pie ahí. Sostenía un pequeño libro entre sus manos y cambiaba de hoja cada 8 minutos para tener la mirada fija en el pequeño objeto de papel, sin embargo, Milo podía sentir como su atención no estaba en el libro y tuvo la ligera sensación de que estaba siendo vigilado por ese chico. 

Un intenso fuego de ira empezó a subir por su pecho y sintiendo todo ese coraje que nubló su vista provocando que dejara al león hablando solo, se levantó de su asiento para caminar hasta donde estaba el galo que veía todo con indiferencia. 

  —Corrígeme si estoy mal pero...— Se sentó en la mesa bajo su mirada descolocada. —¿Acaso no estás siguiéndome? 

  El francés no despegó la mirada del libro que tenía entre sus manos y alargó una para tomar la pequeña taza de té que estaba en la mesa. 

—¿Por qué habría de seguirte? 

La furia de Milo creció ante tal gesto de indiferencia. 

—Apreciaría mucho si me miraras cuando te hablo.— el moreno le quitó el libro de las manos y lo puso en la mesa mas a pesar de haber observado indirectamente sus ojos nunca se imaginó que fueran de un penetrante color escarlata que lo miraron con tal intensidad que lo hizo tambalearse un poco aun en la silla. 

—Parece que tienes el ego por las nubes así que solo voy a decírtelo una vez...— se acercó demasiado al rostro de Milo quien al ver este acto trató de hacerse para atrás mas no imaginó que el chico se lo impidiera cuando lo tomó de la camisa y rozando sus labios, pronunció.  —Yo no voy tras de chicos que se acuestan con cualquier cosa que se mueva. 

El pelirrojo le dio un pequeño lenguetazo en los labios que lo dejó completamente helado y antes de que pudiera responder algo, Aioria llegó a su rescate. 

—Vamos Milo, deja de jugar. 

Lo tomó de la chaqueta y lo arrastró fuera del local, bajo la atenta mirada del galo quien empezaba a compartir la opinión de Mu sobre el León entrometido.

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  —Ya llegué. 

—Bienvenido Shaka. 

Al entrar en la pequeña sala de estar me encontré a todos mis hermanos sentados con su "pijama" puesta y un bowl gigantesco de palomitas. Shijima me sonrió de tal manera que todos mis problemas exteriores se vieron esfumando de poco a poco, siempre era así con mi hermano menor aunque para su corta edad los muchachos de hoy en día se la vivían con la cabeza en la entrepierna pensando con quien se iban a acostar el fin de semana, todo lo contrario a mi pequeño Shijima. 

El pelirrojo se la vivía evadiendo cosas que fueran completamente innecesarias como comer de más, tener aficiones absurdas y todo tipo de cosas que nos distraen de lo que realmente importa: las personas de nuestro al rededor. 

Supongo que esa era la razón por la cual siempre que estaba en casa se la pasaba animándonos con sus cuentos graciosos y uno que otro truco que se sacaba de la manga para poder sacarnos de nuestro estrés. 

  —Hola Shaka ¿cómo te fue? 

El siguiente en recibirme fue Fudo, el más pequeño de todos y tal vez el más reservado según las personas que nos rodeaban aunque no estaban muy alejados de la realidad ya que el pequeño Fudo siempre se guardaba todo para si mismo dejándonos con la incertidumbre de que demonios estaba pasando por su cabeza por lo que la mayoría del tiempo teníamos que sacarle la información a la fuerza. 

Era muy terco, obstinado y un poco orgulloso... pero era como nuestro gran bebé. Simplemente no podíamos ver a Fudo a la cara sin que aquellos preciosos ojos heterocromos nos trasladaran a la época en la que solíamos cambiarle los pañales y llevarlo a donde fuera sosteniéndolo de ambas manos. 

—Estoy bien, Fudo. 

—Siéntate, siempre hay espacio para ti.

Las palabras de Asmita siempre sonaban con un doble sentido y no hablo del sentido malo sino de que te daba esa sensación de que eras indispensable en donde tu ausencia se viera visible así que no necesitabas un consejo con Asmita ya que siempre sabía exactamente lo que querías escuchar. 

Una gran sonrisa apareció en mis labios mientras me abría camino hasta el sillón donde veríamos una película aunque al final veíamos un carajo y terminábamos haciendo chistes de cualquier cosa y contando cualquier estupidez. 

Dejé salir un respiro de felicidad mientras que la extraña sensación de ser observado se alejaba lentamente.              

Lo que no fueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora