Capítulo VIII

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Helga G. Pataki estaba fastidiada. Más allá de cualquier concepto posible. Mucho más fastidiada que aquella vez que su hermana llenó de corazones y cupidos su habitación el día de San Valentín cuando ella tenía 13 años. Muchísimo más. Porque por lo menos en esa ocasión... No tenía nada que ver con Arnold.

- Esto es ridículo. –murmuró la chica, mirando con incredulidad.

- Dijo la chica que hacía esculturas de goma de mascar. –atacó Gretel, ladeando el rostro- Es... algo lindo.

Helga se giró hacia su prima como un huracán y clavó su mirada sobre la de la alemana con tal fuerza que tal vez por primera vez en su vida esta dio un paso hacia atrás.

- Tal vez fue una mala idea... -admitió Gretel, regresando a ver al casillero de Arnold.

Y no cualquier casillero. Un casillero lleno de pequeños corazones en colores pastel, algunos entrelazados entre si formando el nombre "Arnold", también había recortes de papel en forma de copos de nieve, caramelos y pelotas de futbol americano.

- Creo que son pelotas de futbol americano de Canadá. –se atrevió a decir Will, acercándose a uno de los recortes.

- ¿Y cómo sabes que son de Canadá? –preguntó Arnold, por fin abriendo la boca desde que había llegado a la preparatoria y se había dirigido al edificio principal para abrir su casillero y se encontró con... esa obra de arte. Ni siquiera lo había abierto, pues Helga se había puesto iracunda.

Y eso que había visto fotografías sobre lo que la estaría esperando.

...pero se veía peor a la luz del día y Helga podía jurar que habían agregado cosas. Lo peor es que la culpable había hecho mil veces peor su decorado después de que el grupo de Rhonda retirara los adornos el viernes pasado.

- Porque los balones de futbol americano, en Canadá son más grandes, igual que sus canchas tienen más yardas que las de aquí. –explicó el pelirrojo.

- ¡Oh gracias a Dios que resolvimos que tipo de balón es! –rugió Helga, encarándolos. Y los tres chicos dieron un paso hacia atrás, tragando en seco- ¡Porque eso es lo más importante ahora! ¿Verdad? No importa que una... cursi maniaca tenga tan poco aprecio por su integridad física ¡No! ¡Importa qué tipo de balón es el que está en el decorado que hizo!

- Dijo la chica que llena poemarios sobre su amor-odio. –no pudo contener Gretel, burlona.

Pero Helga se giró hacia ella una vez más, redirigiendo todo su odio hacia su prima. Absolutamente todo, sin una pizca de amor. Nada de amor-odio para Gretel. Solo... iracundo odio salvaje.

- Debo aprender a callarme... -admitió la alemana, mordiéndose la punta de la lengua, porque era ahí donde más le picaba cuando quería fastidiar.

- Si puedo opinar... -comentó Arnold, levantando la mano- Esto no me afecta emocionalmente en nada. –aseguró, abriendo los ojos con sorpresa- No entiendo por qué te enoja tanto esto.

- ¡Ah! ¡El niño no entiende! –Helga dio una patada al suelo, con fuerza y sonrió perversamente- Oh... eso se sintió bien... -miró a un lado y a otro, hasta clavar su mirada sobre el casillero excesivamente decorado- Y esto se va a sentir mejor. –aseguró, dándole un puñetazo al duro metal.

Y hundiéndolo en el acto, apenas un centímetro.

- ¿Y se supone que debemos impresionarnos con esto? –preguntó Gretel, cruzándose de brazos- En serio debo aprender a callarme... -masculló, fastidiándose consigo mismo.

- Pataki hundió el metal. Yo estoy un poco impresionado. –admitió Will.

- Y yo. –acordó Arnold.

Cacería «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora