Capítulo IX

452 28 6
                                    

Arnold recordaba muy bien cuando había despertado. En ese momento estaba su madre y Helga, sosteniéndose mutuamente las manos, sentadas en las sillas más cercanas a su cama, mirando fijamente un monitor que sonaba, señalando el ritmo de su pulso. Uno extremadamente lento que ellas seguían con su mirada. Ni siquiera lo miraban a él, parecían hipnotizadas por el casual sonido de la máquina. Al inicio él no comprendió lo que pasaba, para él había sido hace un segundo que estaba en la preparatoria, peleándose con Big Gino. No, había llegado Helga a rescatarlo y aunque le gustaría decir que él hubiese podido solo, pero debía ser sincero, cuando toda esa gente se preparó para atacarlo, simplemente agradeció la llegada de la caballería.

¿Y luego...? El dolor en su estómago había sido demasiado fuerte y había tenido arcadas. Y no habían parado, la sensación de asfixia fue más angustiante que el dolor de su vientre hasta que todo se esfumó.

El chico intentó hablar, pero le dolía la garganta, le ardía y tuvo que aclararse la voz, llamando la atención de las dos mujeres.

- ¡Arnold! –ambas se levantaron de golpe y se acercaron a su cama, aferrándose a las sábanas, temiendo hacerle daño con el simple tacto.

- ¿Estas bien? ¿Cómo te sientes? –preguntó su madre, tocándole la frente y bajando inmediatamente hacia su garganta, creando una ligera presión- ¿Te duele?

- Un poco... -admitió el chico- ¿Qué pasó?

- Bien, eso es bueno. Voy a llamar al doctor. –explicó Stella y se alejó de la habitación, mucho más tranquila.

En ese momento, Arnold supo que su madre había estado trabajando, llevaba su bata de doctora y todo. Realmente esperaba no haberle complicado nada.

- Eres un tonto. –acusó Helga, temblando, con sus puños cerrados- Tienes una maldita suerte de estar en cama ¡Porque te enviaría a una a golpes si no fuese así! –masculló, sin alzar la voz.

- ¿Qué pasó? –el chico instintivamente se movió a un lado y sintió algo en su antebrazo. Al regresar a ver, notó una aguja conectada a un tubo y el mismo a un suero- ¿Qué pasó? –preguntó alarmado, preguntándose porque tenía una intravenosa.

- Te dio gastritis ¡Gastritis! –acusó Helga, llevando sus manos en puño hacia sus ojos y por un segundo solo tembló de frustración e ira incalculables atrás de ese gesto- ¡Gastritis! –repitió, desde su escondite y bajó los brazos.

- No entiendo... -Arnold sabía de gastritis un poco y no recordaba que la gente que la tuviese terminase en el hospital... No así... No siempre ¿Verdad?

- A veces... -Helga comenzó a caminar en frente de él, hacia los pies de la cama, llevando sus manos a su espalda y mirando el techo. Al parecer esa acción la había hecho algunas veces mientras él había estado inconsciente- Cuando tienes gastritis y no lo sabes, sigues empeorando, se acumula el ácido de tu estómago, los malestares empeoran... Y puede ocurrir que tu estómago se sienta mal y quiera expulsar ese ácido hacia afuera pero no puede porque es parte de tu estómago. Del sistema del estómago. –aclaró, se detuvo y lo regresó a ver, como si le acusara de que su estómago decidiera enfermarse- Así que no puede hacerlo, por mucho que se esfuerce no puede expulsar algo que es parte de sí mismo. Por lo que las arcadas se intensifican y no te dejan respirar, lo cual te puede hacer desmayar por falta de oxígeno pero tu cuerpo seguirá intentando sacar el malestar. Las arcadas continuarán y seguirás sin poder respirar hasta que se detenga el mecanismo de defensa del cuerpo y se calme. Los paramédicos tuvieron que usar una jeringa con el medicamento y metértela en la boca hasta tu garganta y dejar que así el medicamento cayera sin que lo vomitaras. Inmediatamente dejaste de convulsionarte, de tener arcadas y comenzaste a respirar. Te trajeron aquí para chequeos y te hicieron una endoscopía ¿Quieres saber qué descubrieron? –acusó, levantando la voz.

Cacería «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora