Máximo se levantó como todos los días, se sentó en su cama con la cabeza entre sus manos. Otra noche sin dormir. Las pesadillas de siempre lo asediaban y no le permitían descansar. Hastiado de todo, se dio un baño.
Su padre estaba enfermo y verlo luego de tantos años lo ponía de lo más nervioso. La distancia entre ellos era un abismo, es que sabía que su sola presencia le causaría dolor, le recordaría lo peor de su niñez y una ira contenida lo invadía.
Antes del viaje había pensado que tal vez sería posible no recordar o al menos no hacerlo con rencor, pero sabía que su llamado venía acompañado de algún interés personal, y así fue.
Desde la primera llamada, había insistido que se hiciera cargo de la compañía porque no se sentía nada bien, y algo le hacía pensar que la razón para que lo hiciera debía ser algo realmente importante, y lo era, sino Santiago Reed jamás dejaría RedDesign en sus manos.
Había crecido y se había educado lejos, su padre lo había querido así. Sabía que se debía a que él sabía todo, porque él lo acusaba y eso molestaba a su padre, lo exasperaba. Le había costeado los mejores colegios de Europa, nunca le había faltado nada, pero apenas recordaba alguna palabra de ánimo o una pequeña muestra de cariño de su parte. Todo ese dolor lo había endurecido, alejado de su hogar y de tantos recuerdos dolorosos y a pesar de tener la posibilidad de volver, no había querido. Y ahora, el destino lo volvía a llevar allí.
Se colocó su camisa blanca, el traje negro, se dirigió a su sala de estar y se sentó cómodamente a tomar su café cuando sintió unos suaves pasos a su alrededor.
—Marianne. — llamó con cariño. La anciana se acercó y apoyó la mano en su hombro.
— ¿Otra noche sin dormir?— preguntó sabiendo la respuesta.
—Mejor no preguntes. ¿Ha vuelto a llamar mi padre?
—Desde ayer no. Pero una mujer ha estado llamando, Claudia. — lo dijo con voz indiferente y notó que a Máximo no le importaba demasiado. —Hijo, debes terminar estas relaciones que no te llevan a ningún lado, debes sentar cabeza y pensar en el futuro, en una mujer que te devuelva la sonrisa y te haga feliz.
Máximo miró a Marianne con amor. Había sido como una madre para él. Lo había escuchado llorar desde pequeño, lo había acompañado, cuidado y abrazado como una madre. Sabía todo de él con sólo mirarlo y conocía sus pensamientos como nadie.
—No te preocupes Marie, estaré bien—sonrió con ironía.
En sus treinta y tres años había conocido muchas mujeres, las había amado físicamente, las había deseado y poseído, pero nunca se había enamorado. Disfrutaba de las mujeres que quería, cuando quería y las desechaba con facilidad. Creía que el amor era para tontos, que el amor para siempre, no existía. Eso lo había aprendido de su madre.
Besó en la mejilla a Marianne y se despidió. Tomó su maletín y bajó las escaleras en dirección a la cochera de su BMW. Deslizándose en el asiento del conductor, conducía hacia RedDesign con el recuerdo de la noche que había pasado con Claudia. Era hermosa, inteligente y deseable, pero luego de pasar la noche juntos, mientras ella dormía a su lado tapada con sus sábanas blancas sentía ese vacío que siempre lo inundaba, se había encontrado pensando que nada de este mundo lo satisfacía. Se sentía vacío, sólo y siempre terminaba volviendo a su departamento, seguido de aquel insomnio que lo acompañaba desde que podía recordar.
Aparcó su auto en la cochera de la empresa y se presentó en la oficina de su padre.
Al abrir la puerta, su padre estaba en el escritorio. Lo vio cansado, envejecido y desmejorado respecto a lo que recordaba, lo miró y no sintió nada, ni una pizca de tristeza o pena por él.
—Al fin llegaste. — Dijo con voz débil. — ya no puedo aguantar más este sillón. Estoy enfermo Máximo. Me siento tan débil que no tengo aliento para estar un día más aquí, y lo único que deseo es recostarme y descansar.
— ¿Y qué esperas que haga?— preguntó con indiferencia. — Supongo que necesitas mi ayuda y por eso te tomaste la molestia de llamarme— dijo con sarcasmo.
—Hijo, por favor no empieces. Sólo quiero dejar en tus manos RedDesign, sabes que esta empresa lo es todo para mí y ya no puedo conducirla.
—Claro que lo sé. — dijo, pensando que realmente lo había sido todo para su padre. Incluso más importante que su propio hijo, que su madre, que todo lo que la sociedad consideraba normal en una familia.
— Todavía no puedes perdonarme, ¿no es así? He tratado de acercarme a ti los últimos meses y no devolviste ni una de mis llamadas.
—Y ¿qué esperabas?, ¿que viniera corriendo a ver que querías de tu hijo?
—Hijo...
—No. —dijo interrumpiéndole. —Mejor dime como está la empresa y hagamos esto más corto.
Santiago Reed bajó la mirada y pensó que era mejor así. Máximo no lo había perdonado nunca por sus errores pasados, y sabía que él había perdido cualquier oportunidad de tener su perdón, así como el de su madre. Era algo que lo acompañaría siempre.
El resto de la mañana explicó a Máximo los pendientes de RedDesign y cómo le había ido el último año. La empresa tenía innumerables compromisos de trabajo y plazos que cumplir. Mientras discutían sobre clientes, una mujer ingresó trayendo en sus manos dos cafés. Santiago le habló con dureza, que dejara los cafés en la mesa y la presentó sin más.
—Máximo, ella es la señorita Martin, es la nueva asistente, es decir, tu nueva asistente. Empezó hace una semana y ya está familiarizada con el movimiento en la empresa. —Dijo sin más y le hizo un movimiento con la mano a Daniela para que se retirara sin darle tiempo a saludar correctamente a Máximo.
Máximo no levantó los ojos de los papeles, estaba muy concentrado en lo que su padre le mostraba. Él era muy capaz en todo lo que se proponía, y si bien, el diseño de publicidad no era lo suyo, se había graduado con honores en el área administrativa. Sabía que tomar las riendas de esa empresa era un trabajo difícil, y se concentraría en hacerlo lo mejor posible. Amaba los desafíos y esta era una oportunidad más para demostrarle a su padre que la vida lo había preparado para todo.
Esa tarde, Santiago Reed lo presentó a los empleados como el nuevo presidente de la compañía, y dejó en sus manos lo que tanto le había costado construir.
Al día siguiente Máximo se presentó en la oficina a primera hora y ocupó el escritorio de su padre. La oficina era grande, espaciosa. Tenía muebles antiguos que a su padre le encantaban, todo olía a él. Lo hastiaba con solo pensarlo. Si allí estaría casi todo el día, quería hacerse su propio espacio y sentirlo propio.
Llamó por el intercomunicador a su asistente que no tardó en presentarse en la oficina.
—Señor Máximo ¿en qué puedo ayudarle?— preguntó Dani nerviosa a su jefe que estaba del otro lado de la habitación.
Máximo levantó la mirada y vio a la muchacha, era de mediana altura, con cabello castaño claro recogido y ojos grandes, verdes y muy profundos. Vestía sencillamente y tenía una voz suave.
— ¿Cómo era su nombre señorita?— preguntó.
—Daniela Martin señor—respondió.
—Señorita, necesito cambiar todos los muebles de esta oficina, ¿podría encargarse de eso? Retire todo estos trastos viejos y compre todo moderno y de metal. Quiero que esté listo para mañana. ¿Entendido? —Dijo con soberbia.
Dani asintió sin más y pidió permiso para retirarse. No volvió a llamarla en todo el día.
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Todo Fue Diseñado Antes que un Sólo Día Pasara
RomanceROMANCE CRISTIANO COMPLETA Una mujer abandonada, un hombre que no puede dormir por las noches, dos vidas que Dios se ha empeñado en unir. Es el primer libro que escribí, donde se mezcla el romance y la obra de Dios. Te invito a leerla y a disfrutarl...