CAP. 2

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Una mañana fría como era lo usual, era bastante temprano y a su alrededor había una tranquilidad ligeramente inquietante.

Tanto Encre como muchos de los hombres del pueblo se preparaban para el trabajo del día. La tierra había sido generosa y del suelo habían brotado una buena cantidad de plantas, por ende, había muchos terrenos los cuales cosechar. Sería un día largo y arduo pero valía la pena, después de todo, son de los campos de donde obtienen su alimento diario.

Salió de su pequeño hogar, se quedó parado momentáneamente en la entrada de su casa estirando sus huesos, haciendo que toda sensación de pereza o cansancio abandone cada rincón de su cuerpo, al mismo tiempo que dejaba escapar de su boca un bostezo del cual salía una pequeña nube blanquecina que al instante se disipaba. Vio cómo varios hombres caminaban en dirección hacia las tierras de cosecha, mientras que las mujeres -algunas con sus hijos- se dirigían hacia los "invernaderos" en donde limpiaban los alimentos recolectados, separaban, clasificaban y dividían de forma equitativa en cajas con nombres de las diferentes familias del pueblo para luego ser entregados a sus respectivos dueños. las cajas tenían alimento para una semana.

Todos trataban de ayudar como podían, incluso, hasta los más pequeños ayudaban en los "invernaderos" al mismo tiempo que recibían una educación muy básica impartida por sus propias madres o por algunas mujeres ancianas las cuales enseñaban escritura, lectura y la suma de números. Las "clases" se dividían por grupos, todo dependia a cual se quería unir ese día el niño o niña. Si querían aprender escritura, tendrían que ir a la sección donde se separaba el alimento ya que ahí era donde estaba la anciana que enseñaba a escribir y ellos aprenderían mientras le ayudaban en dicha tarea. Si querían saber más sobre números, ellos irían a la sección donde se limpiaba el alimento, para, de igual modo, aprender mientras ayudaban a la mujer longeva que se encargaba de enseñar dicha materia. Y así sucesivamente.



Encre emprendió camino y mientras andaba saludaba a todo aquel que se le cruzaba, en especial a sus vecinos y aquellos los cuales se podría considerar como allegados; su madre le había inculcado unos buenos modales. Trataba de mostrar su mejor cara y sonrisa, él es esa clase de persona con la cual puedes aplicar el viejo dicho de "al mal tiempo, buena cara". Muchos no entienden su optimismo, a otros les daba igual y unos pocos se dejaban contagiar por aquella pequeña alegría, haciéndoles pensar momentáneamente que no todo estaba mal, aunque esta idea solo durara un par de segundos.

Apenas llegaron a los campos, todos se pusieron manos a la obra -literalmente-. A veces surgía una plática entre algunos de ellos, pero no era la gran cosa, eran simples temas triviales y sin importancia, mientras que, por otro lado, estaban aquellos que solo se limitaban a realizar su trabajo, no decían nada, no comentan o hacían algún gesto en particular, simplemente se dedicaban a lo suyo, algo de lo más común. No había razón para cuestionar su carácter o comportamiento, los que vivían en el pueblo comprendían perfectamente, ver su situación actual era suficiente para entenderlos.

Todo transcurría con normalidad, ruido de herramientas contra la tierra, un poco de polvo en el aire junto al común clima frío, personas por ahí y por allá, nada especial hasta que, de manera sorpresiva, se empezó a escuchar el sonido de las viejas y desgastadas campanas de la iglesia, esa era la señal de retirada. Tomaron sus herramientas, sacudieron brevemente sus ropas y de la misma forma que habían llegado, empezaron a retirarse, dirigiéndose a sus hogares, caminando ligeramente apresurados con un poco de tensión en el ambiente. En el camino, varios se encontraban con sus esposas e hijos para luego encerrarse en sus hogares -no sin antes haber tirado un poco de agua bendita en sus puertas o ventanas-.

Aun era temprano, pero el día había empezado a oscurecerse bastante temprano, por lo cual no tuvieron más remedio que resguardarse en sus hogares, esperando a que ningún vampiro los ataque -a pesar de que ellos ya cumplieron parte de su trato-.

De igual forma que en el resto de hogares, Encre cerró su puerta y cubrió sus ventanas y una vez realizado esto, pudo sentirse tranquilo, soltando un suspiro de alivio. El interior de su casa estaba repleto de pinturas de su autoría, algunas recientes, unas más antiguas que otras, algunas grandes, otras pequeñas, acomodadas entre las paredes, algunas en la cocina y unas pocas arrimadas en el suelo. El debió ser un artista por naturaleza y vocación, tristemente, vivía en el lugar equivocado, en donde su trabajo no era ni requerido o apreciado, sin embargo, él se conformaba con saber que sus pinturas eran de él y para él, apreciadas y valoradas solamente por él.

Sus pinturas eran realmente hermosas, hechas en las noches en las que no podía conciliar el sueño o estaba estresado por el ruido del exterior o porque simplemente quería pintar un nuevo cuadro. Cada una con su toque personal, era un pasatiempo que tenía y que aprendió a dominar rápidamente, ciertamente, ese es su talento, un talento innecesario para aquel mundo caótico en el cual vive, lo importante era subsistir y sobrevivir, rezando porque no seas devorado por un vampiro o lobo, o como algunos lo preferían, deseando la muerte natural o a causa de alguna enfermedad para poder fallecer en paz y ya no agonizar más en aquel lugar.

La noche había llegado y en el exterior habitaban un sinfín de ruidos. Sonidos indescriptibles que aparentaban no ser de este mundo, algunos ya se habían "acostumbrado" a estos, mientras que otros no los soportaba y los mantenían en constante alerta con un miedo y ansiedad comunes en el terror que los apoderaba. Había noches en las cuales Encre -al igual que muchos más- no podía dormir debido a estos; algunas veces le estresaban, otras, le asustaban. Nadie estaba tranquilo sabiendo que hay un constante peligro rondando afuera ¿Quién dormiría calmo sabiendo que hay monstruos sedientos de sangre rondando cerca de su casa?

todos deseaban que los vampiros se fueran o aún mejor, que todos mueran, pocos recordaban con nostalgia aquellos tiempos de tranquilidad, el cómo era el pasado, antes de que esas alimañas aparecieran, donde la gente podía caminar por las calles sin temor alguno, pero eso es historia del pasado, tenían que enfrentar la dura realidad que los golpeaba cada día sin piedad.





"Cuidado, hay alguien observándote ahí afuera, tratando de colarse en tu habitación, buscándote con su mirada a través de tu ventana, mirando ansioso y desenfrenado. Cuidado, que tu curiosidad no ceda, te está esperando, escondido, debajo de tu cama, en tu armario, en tu espejo, dentro de algún muñeco o en tu propia cama. . . cuidado, que te quiere a ti y solamente a ti"

Corazón de tinta || FallacyxEncreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora