CAP. 3

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Era temprano por la mañana, y como era lo usual, salió a trabajar. Mientras caminaba, como es bien sabido, Encre saludaba a sus vecinos y conocidos como era su costumbre, sin embargo, algo sucedió. El ambiente se sentía extraño y no era por el frío natural y propio del lugar, era algo diferente, bastante diferente pero reconocible.

Los habitantes al parecer no tenían el ánimo como para levantar sus cabezas, sus miradas parecían congeladas en un punto invisible y, aparentemente, cada uno decidió tomarse una muy sana distancia del resto, al parecer hoy no deseaban ser tocados ni por la sombra del que caminaba a su delante y costados. Esto era debido a que querían ignorarse unos a otros, como si el resto no existiera y los únicos en el camino eran su propia persona y nadie más.

estas mínimas -y ciertamente algo extrañas actitudes- se mantuvieron todo el día hasta que llegó el momento de regresar a sus hogares. Encre conocía ese tipo de comportamiento porque ya lo había visto desde hace varios años. Una tormenta se aproximaba y él -y todo el pueblo- la conocía muy bien; temía lo peor.

El tiempo se les había ido de las manos demasiado rápido. Hizo cuentas rápidas con sus dedos y pronto se dio cuenta de que el mes estaba por culminar, por ende, tendrían que entregar a un aldeano como sacrificio. Encre, por más que hayan pasado los años, aun no comprendía porque los pueblerinos aún continuaban realizando esos actos de crueldad contra ellos mismos, a sabiendas de que los vampiros siempre faltaban a su palabra.

Se supone que son conocidos, familias que, a pesar de la situación actual, aún existe la unión familiar. Deberían de cuidarse unos a otros, no traicionarse al entregarlos sin vacilar a los vampiros, como si fueran un trozo de carne, no dudaban en entregarlos cual objeto sin valor, no lo entendía.

—¿Acaso no existe otra salida? — se preguntó así mismo —. ¿Otra opción quizá? ¿Ese es el futuro del pueblo? entregarse a los vampiros unos a otros hasta que no quede ninguno y lo único que exista de ellos sea el murmullo de sus memorias junto a los restos de lo que alguna vez fue un pueblo — ¿Qué era lo que les impedía levantarse y pelear? 

—Miedo . . . — pensó furtivamente. 



El miedo siempre ha estado presente en aquel pueblo, devorando a cada una de esas pobres almas indefensas y carcomidas.

Era inevitable sentirlo, todo humano y monstruo sentía aquello llamado miedo y ante eso, ante aquel miedo y desesperación, todos optamos por cometer alguna acción ya sea ordenada por nuestro pensamiento, por alguien o algo a lo que tememos, y a veces aquellas acciones pueden ser o muy estúpidas o muy inteligentes, pero en este caso era lo primero, eran decisiones estúpidas bajo el raciocinio general y "normal".

como en el caso de aquel pueblo, optan por continuar cumpliendo aquel trato por el miedo, no quieren ser el próximo cadáver sin vida y "seco" en medio de la calle, aunque tarde o temprano lo serían, aquello era algo inevitable.

Gracias a ello no habían avanzado o progresado en todo ese tiempo, siempre seguían bajo aquella monotonía, aquello que se repetía todos los días, se podría decir que, gracias a ello, no conocían los trajes finos, fiestas, las grandes sociedades elegantes y las grandes riquezas de las cuales se observan y dicen en los libros. En aquel lugar sólo había campos en los cuales había que trabajar a diario, niños los cuales no pueden disfrutar de su vida, enfermedades y desgracias las cuales atacaban sin piedad ni compasión.




Miedo. . . 

Corazón de tinta || FallacyxEncreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora