CAP. 43

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Cuando apenas había conseguido la mayoría de edad -en términos vampíricos- Charles tuvo bajo su tutela una parte de los territorios de su padre, pues, aún se encontraba bajo observación, era una especie de prueba en la que su progenitor se aseguraba de que este estuviera apto para las futuras responsabilidades y claro que lo estaba. Pronto se le dio su propio hogar y poco a poco fue tomando todo aquello que le pertenecía.

Después de dos años de trabajos y observaciones, el albino obtuvo la mitad del territorio de su padre, haciéndose completamente responsable de este, no obstante, su progenitor aún era representante de él y aun podía -y puede actualmente- modificar o hacer lo que se le plazca con los territorios. Pues este aún tiene la potestad sobre éstos. Esas eran las pequeñas letras que se hallaban ocultas en el documento, algo de lo que el alvino no sabía en ese momento pero que pronto descubriría crudamente. Él creía que una vez libre de su padre era hombre emancipado, capaz de dirigir su vida, su juventud; pobre inmortal.

Un día, Charles recibió una carta siendo citado por su padre a una reunión en unas tierras que no eran más que territorio de lobos. Estaba al tanto de los deslices que existían con esa especie. Son vampiros, era inevitable no odiarse o pelear entre ellos, pero eso era problemático para ambos lados, por ende, les guste o no, debían acordar un tratado de paz entre líderes, y como era de esperarse, los primogénitos estarían de estar presentes.

Charles se encontró con su padre a un par de metros de la frontera, empezaba a percibir el olor a perro en los alrededores. Le sorprendió el hecho de que el mayor no esperará a su hermano, si se formaliza el acuerdo de paz, ambos hijos debían de estar presentes; algo no pintaba bien, pero él creía que era solo él.

Mientras más se acercaban a la frontera, de entre las sombras y arbustos, ojos tensos y serios les observaban con detenimiento, no confiaban en ellos.

«Pobres idiotas» —pensó Charles—«, No somos traidores como ustedes» —aseguró con desdén para sí mismo, refiriéndose a su padre y a él.

Llegaron al límite. Podían escuchar con claridad el gruñir ligero de los lobos, quienes aparecían más y más, queriendo demostrar que no les tenían miedo, acorralándolos secretamente. Como si estos no pudieran sentir sus presencias.

«Jalnic» —coincidieron ambos sin saberlo. Charles enduro su rostro y la seriedad en sus ojos; su padre seguía igual, implacable, autoritario, siendo terrorífico por derecho propio, llenando los corazones ajenos de miedo como era lo usual. Vaya que a veces le hacía sentir muy orgulloso de ser llamado su hijo.

De entre la manada apareció Décès el alfa y tras él, su primogénito. Chales miró fugazmente a Mort, sin encontrar nada en especial en el contrario, era uno más del montón, no le llamaba la atención, ni siquiera como para odiarlo.

Tan pronto se vieron, ambos líderes empezaron un diálogo sin vacilaciones, directo pero cordial, era de esperarse, todo sea por el acuerdo de paz. Charles, por más que intentaba centrarse en la charla, no podía, le fastidiaba totalmente las miradas rápidas que le lanzaba el hombre lobo, como si fuera tan estúpido como para no darse cuenta, si pudiera, le gritaría sin dudarlo a la cara.

—Ambos perseguimos un mismo objetivo, no obstante, es necesario un acuerdo que no sea solo escrito en papel y usted lo sabe. —dijo el alfa de los lobos.

—Ya veo, es por eso que he aceptado su tratado, más será bajo mis condiciones, como le he precisado con antelación.

—Me parece correcto, y no encuentro momento más justo que este para hacer oficial nuestra alianza matrimonial —aseguró el alfa, empezando a tomar buen ánimo.

«Espera ¡¿alianza matrimonial?!» — su molestia pasó a ser completa sorpresa.

Ambos primogénitos se hallaban incrédulos, temiendo en silencio lo peor. Los dos progenitores cruzaron un par de palabras más, asintieron y el alfa de los lobos, con una sonrisa y abriendo los brazos en señal de recibimiento, dijo:

Corazón de tinta || FallacyxEncreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora