No paraba de llorar en las noches, por más que quisiera. Tal vez cuando la gente estaba triste, lloraba en su alcoba hasta tarde y al día siguiente trataba de sonreír.
Ella no.
No le importaba ir a la escuela con sus ojos hinchados y sus cabellos enmarañados. Le gustaba la rutina de llorar por las noches e ignorar por el día. Se refugiaba en los libros de fantasía donde vivía la vida que tanto le gustaba. Se convertía en el monstruo cuando dejaba de leer. Ella no quería cariño, no quería ser bella, ni inteligente.
Quería tener más mundos, más vidas, más aventuras.
Más libros.
Ella era poco común. Así que no le importaban las miradas de desconcierto cuando se refugiaba en la capucha de la sudadera y se ponía los lentes oscuros en clase. A la mierda. Eran las siete de la mañana. Y aparte de soportar una vida imposible, cargaba con los dolores de ser mujer, en esos días del mes.