Cap. 72: Laila, la depresiva

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Cerré la puerta de la cabina telefónica y me desplomé sobre ella, sin poder creer que el derrame cerebral que había sufrido no me había asesinado. Era increíble, lo sé, pero había sobrevivido a un viaje en automóvil con Charles, a una charla contra el tabaco que me dio un anciano en el avión y a que casi me mordiera un pug con rabia.

Luego de unos segundos rememorando lo ocurrido en las últimas horas, me metí las manos a los bolsillos y busqué frenéticamente unas monedas, cuando las saqué hice malabares para que no se me desparramaran por el suelo y casi di un grito de victoria al ponerlas en el teléfono. Alcé la mano y comencé a presionar los números a velocidad caracol con pierna rota, era como si mi cerebro no funcionara del todo bien, quizás el derrame sí me había afectado un poco... en fin, marqué el número y luego esperé impaciente mientras oía el tono de espera.

-¿Aló?.- respondió una voz que no me era familiar.

-¿Está Tyler?.- pregunté.

-¿De parte de quién...?.-

-¡¿Quieres poner a ese maldito bicho al teléfono ahora?!.- chillé, los nervios ya se me estaban destrozando.-Además, ¿quién mierda te crees que eres para venir a prohibirme hablar con él? ¿crees que porque eres su novia de turno tienes un mínimo derecho de...?.- me detuve al darme cuenta de que sonaba más agresiva que de costumbre, además la chica sólo quería saber quién era.-Lo siento, lo siento... sólo dile que soy Laila y que estoy sufriendo un colapso nervioso, ahora.- dije lo más tranquila que pude.

-Bien...- murmuró la chica.

Los segundos que esperé se me hicieron eternos. Me mordí las uñas, mastiqué mi cabellos y tuve un millón de escalofríos. Estaba a punto de comenzar a lamer el cordón del teléfono cuando escuché que alguien levantaba la otra línea.

-Laila...- dijo él, con su típico tono entre despreocupado y tranquilo.

-No tienes idea de lo que ha pasado.- murmuré.

Y aunque esto parezca imposible, aunque suene ridículo y poco probable, yo... comencé a llorar. Lo peor era que odiaba llorar, porque eso me hacía sentir tonta y debilucha, dos cosas que no me agradaban en lo más mínimo. Pero ahí estaba yo, con los ojos picándome y las mejillas empapadas, tratando de sostener el teléfono sin que se me resbalara de las manos y balbuceando incoherencias que no tenían ningún sentido. La voz de Tyler no se escuchaba lo suficientemente fuerte para lograr calmarme, o quizás yo jadeaba demasiado fuerte y por eso me había quedado sorda. No importa cuál de las dos cosas fuera, lo único que sabía era que no podía dejar de lamentarme y de pensar en lo miserable que era mi vida y en lo mucho que deseaba patear las paredes de la cabina y destruirlas.

-¿Me vas a decir qué te pasa o vas a seguir llorando?.- sólo lo escuché porque su voz se escuchó más fuerte y dura de lo que era.

-Yo... yo...- balbuceé y volví a lloriquear.

-Tienes dos segundos para calmarte antes de que cuelgue.- advirtió.

-Bien, espera...-

Comencé a tomar aire, inhalando y exhalando, una, dos, tres mil veces. Me restregué los ojos, luego los limpié con el borde de mi camiseta y tuve que sorber por la nariz. Quince minutos después ya me había calmado y había tenido que echar dos monedas más al teléfono para que no se me acabaran los minutos.

-Soy miserable.- dije con un hilo de voz.

-¿Sí? ¿Y por qué sería?.- me preguntó.

DescontrolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora