Cap. 8: En camino

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Aun no puedo creer que esté a punto de tomar un vuelo de nueve horas que me llevará directo a Londres, suena raro. Ni siquiera me gusta el acento británico... ¿Cómo sobreviviré escuchando hablar a todos así? ¡Será imposible! Ok, puede que esté exagerando, pero estar en el aeropuerto hace que me entre un ataque de pánico que no se si seré capaz de controlar, además que mi cerebro no funciona bien por haberme desvelado tanto. Pasarme toda la noche despidiéndome no fue una buena idea... pude haberlo hecho durante el día, pero ya es demasiado tarde para arrepentirse por eso.

-Vamos, ya avisaron que el vuelo saldrá.- dijo la madre de Tyler agarrándome del brazo para que caminara.

Suspiré frustrada y algo enojada también, comencé a caminar detrás de ella mientras arrastraba una maleta. Miré de reojo a Tyler, quien caminaba junto a mí, y lo vi de lo más tranquilo con los audífonos puesto, de seguro escuchando música sin enterarse de lo que pasaba alrededor. Volví mí vista al suelo y levanté los hombros resignada a que pasaría quien sabe cuanto tiempo encerrada en un internado de señoritas, en donde todos y cada uno de los docentes trataría de convertirme en una dama. Todo me seguía pareciendo extremadamente bizarro, en serio que nunca creí que mi comportamiento me llevaría a esto... es claro que no me tomé la molestia de pensar en las consecuencias. ¡Nunca lo hago!

-Sabes que si te comportas puede que te saque antes ¿no?.- dijo Tyler interrumpiendo mis pensamientos.

-Puede ser...- dije sin mucho ánimo.

-Sabes que escaparte ayer por la noche no le agradó mucho ¿no?.-

-Lo sé.- respondí.

-Sabes que ya llegamos a la puerta ¿no?.- dijo repitiendo su juego.

Levanté la mirada y me encontré con la puerta número 13, que era la que llevaba a la pista de despegue. Busqué el boleto del avión dentro de mi bolso y se lo entregué a la azafata que estaba ahí parada con una linda sonrisa en el rostro que no le pude corresponder.

-Laila, espero que aprendas algo en Archibald, es un muy buen internado.- dijo la madre de Tyler.-No creo que la pases tan mal, pero por favor procura comportarte, que te vaya bien.- me sonrió sinceramente y luego se volteó para alejarse.

-Perra.- musité por lo bajo.

-Esa perra es mi madre, por si se te había olvidado.- dijo Tyler cruzando los brazos.-Puedes decirle así sólo cuando yo no lo escuche, ¿si?.-

-Sí.- le respondí de mala gana.

-Bueno... ¿Qué puedo decir?.- dijo él relajando su postura.-Me abandonas, que mal...-

-No te abandono, me están obligando a abandonarte.- le expliqué.

-No, tu solita te buscaste esto.- dijo él.-Así que es tu culpa que te obliguen a abandonarme, ¿entiendes?.-

-Cállate.- espeté molesta.-Tu no sabes nada...- dije mirando hacia un lado.

-Creo que sé al menos la mitad de la historia...- la aeromoza lo interrumpió diciendo que ya debía subir.

-Bien, al parecer me tengo que ir...- dije dando a conocer lo obvio.

-Espero que te vaya bien.- me susurró acercándose un poco y luego sonriendo.

Justo en ese momento me emocioné. ¡Echaría de menos a este pedazo de idiota más que a nadie! Sin contenerme lo abracé tan fuerte que podría jurar escuché una de sus costillas quebrarse, pero de ninguna manera lo soltaría tan pronto.

-No seas sentimental.- dijo jocosamente mientras me acariciaba la espalda.

-Lo siento, soy tan tonta.- le dije lloriqueando.

-No te disculpes conmigo, sólo sé buena y trata de divertirte en ese lugar.- me aconsejó sabiamente.

Respiré profundo mientras lo soltaba y me sequé las pocas lágrimas que se me escaparon con el dorso de la mano, le dediqué una última sonrisa y me volteé para entrar al pasillo de la perdición...

¿Saben que es peor que tener que aguantar un vuelo de nueve horas? Pues aguantar un vuelo de nueve horas mientras una viejita te cuenta su juventud, su matrimonio, la vida de sus hijos y que se jacte de lo orgullosa que está de sus nietos... ¡Oh! y también que me muestre fotos de sus ultimas vacaciones en Hawai, ¿Desde cuando las señoras de ochenta años usan bikini? Eso debería estar penado por la ley, porque con solo ver quise sacarme los ojos.

Por eso que acabo de contar, sentí un alivio tremendo cuando el avión aterrizó, fue como una liberación. ¡Al fin dejaría que mis ojos descansaran! Bueno, como sea. El avión aterrizó y todos comenzaron a tomar sus bolsos de mano y a dirigirse a la salida, lo mismo hice yo. Cuando bajé del avión me di cuenta de un pequeño detalle ¿Alguien me iría a recoger o tendría que irme sola al famoso internado? Al pensar en eso me desesperé un poco, porque yo no tenía idea de adonde ir y pedir indicaciones sería inútil, ya que nunca las entiendo. Pero por suerte, una vez dentro del aeropuerto pude ver a un tipo bastante grande que sostenía un cartelito con mi nombre igual que en las películas, me acerqué a él con una sonrisa por la alegría que me provocaba el no tener que irme sola.

-Hola.- le dije y él me miró de arriba abajo.

-¿Laila Renault?.- preguntó con ese marcadísimo acento inglés que no me gustaba, sin querer puse cara de desagrado.

-Sí, esa soy yo.- le respondí.

-Entonces vamos.- por primera vez sonrió y agarró mi bolso.

Luego de ir por mis demás cosas nos dirigimos al estacionamiento y subimos a un elegante auto negro, definitivamente todo este asunto del internado lo estaba pagando Charles alias “mi papá”. Porque a pesar de que con la madre de Tyler no falta nada, tampoco sobra como para darse el lujo de enviarme a un lugar que de seguro costaba unos cuantos miles. Era raro pensar que Charles era capaz de pagar por mis cosas, pero aún así no dignarse a verme ni una sola vez, ni siquiera en navidad o en mi cumpleaños. Aunque ya debería acostumbrarme a eso, después de todo han paso cuatro años desde que se fue y me dejó con una mujer que ni siquiera era mi madre. Por lo menos tenía a Tyler, que a pesar de que sólo fuéramos medios hermanos nos llevábamos tan bien como si fuéramos hijos de la misma madre.

Volví a mirar por la ventanilla, ya aburrida de la hora de viaje que llevábamos. Al menos el paisaje era bonito, íbamos por una carretera no muy concurrida que estaba en medio de unos campos con pasto de un hermoso color verde intenso, algunas florcitas se esparcían por el lugar dando más color y el aire se sentía limpio, al menos era un lugar que agradaba a la vista. De pronto una gran estructura se apareció por entre las bajas colinas viéndose a lo lejos, bajé más la ventanilla y saqué la cabeza para ver mejor. Esa cosa se veía como un palacio ridículamente grande, de estilo renacentista y de color celeste grisáceo, con una torre del reloj que estaba segura algún día escalaría. Si era lindo y gritaba “Soy caro, tengo estilo, soy muy antiguo y sofisticado... ¡Y soy británico perras!” ok, quizás el castillito era muy educado para decir la última parte. 

-¿Es aquí, William?.- le pregunté al tipo que me recogió, que también era el chofer.

-Sí, y... no me llamo William.- dijo.

-Lo siento, es que aquí todos se llaman William...- dije, no me critiquen por tener un estereotipo de cómo debe ser un inglés, quizás luego lo refuten. 

Me bajé del automóvil luego de que William, sí, así lo llamaría, me abriera la puerta, él se quedó bajando mis maletas. Dijo que las llevaría a mi cuarto y que yo me fuera a recorrer el lugar por un rato hasta que la directora diera su discurso, que ahí debía dirigirme al “Gran Salón”.

Me paré en frente de las grandes puertas y suspiré dándome cuenta de que ya no había vuelta atrás, agarré mi cabello y lo eché a un lado para luego abrir las puertas de par en par. Di un paso dentro con seguridad y me quedé parada observando como una multitud de chicas se volteaba a curiosear. 

DescontrolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora