CAPITULO IX

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VICTORIA

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VICTORIA

Con mi cuerpo enteramente en llamas, mis piernas temblorosas y mi corazón alterado, recojo mis cosas del escritorio de Lev y salgo sin decir nada de la oficina. Cerrando la puerta a mi espalda.

Suspiro temblorosamente controlando que mi boca no suelte improperios que no vengan al caso.

Más inoportuna no pudo ser esa maldita mujer.

Estaba a casi nada de saltar las formalidades y brincarle literalmente a Luciano encima; rodear su cuello con mis brazos y su cintura con mis piernas. Y comerlo no solamente a besos.

¡Joder!

Necesito sexo con urgencias.

Veo la hora en la pantalla del computador, sorprendiéndome que sean las cuatro y cuarenta y cinco. Perdí el tiempo de un asunto a otro.

Dejo todo en orden, recojo mis cosas y me debato en tocar la puerta y despedirme. Igual, no tendrá importancia para él estando "ocupado".

Al final, enderezo mi cuerpo y levanto mi rostro. Como toda una reina, me apodero de mi vida, de mi cuerpo y mis decisiones, adentrándome en el ascensor. Pego mi espalda a la pared de metal, moviendo mi pie izquierdo de un lado con mi vista clavada en ello.

Un sin fin de preguntas asaltan mi mente y seguidamente, sus respuestas. Luciano nunca va a dejar de ser lo que es, y yo simplemente me convertiría en una visitante más de su cama. Aunque no puedo negar que mi cuerpo reaccione a su cercanía y a más allá de eso.

El sonido de mis pensamientos  se pierden en la nada cuando de forma brusca, se abre la puerta de la oficina. Levanto mi rostro y alcanzó a ver antes de que se cierren totalmente las hojas de metal, a un ofuscado Luciano salir arreglando su traje seguido por Cristina.

Trago grueso desviando la mirada. Aprieto las carpetas que llevo en mis manos contra mi pecho ignorando mi nombre a grito salir de su boca.

Con el cuerpo en tensión, salgo cuando las puertas se abren, empujando a varias personas que me impiden el paso por querer subir a la caja metálica. Prácticamente corro por el vestíbulo, paso mi tarjeta y salgo del edificio sin siquiera despedirme del seguridad.

Lleno mis pulmones de oxígeno hasta reventar, expulsándolo poco segundos después emprendiendo la marcha para tomar un taxi.

No sé qué rayos me pasa, primero lo quiero lejos de mí y luego me enfurece que me dejara a medias. En serio, tengo un gran problema.

Aprieto el paso sobre mis tacones, haciéndome de oídos sordos cuando voces masculinas me sueltan halagos vulgares.

Todavía no me acostumbro a que las personas me vean distinto. Mi guardarropas es muy, pero muy diferente al de hace dos años; con mi ex y el yugo de mi madre mi vestimenta constituía prácticamente a las prendas de abuelitas.

Signore BalbieriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora