Capítulo 34

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No recordaba con claridad la vuelta a casa de Jimin: no fue más que el movimiento emborronado de las luces de las farolas y de la lluvia que caía, mezclando los colores en el parabrisas. El olor de los asientos de piel de su coche. Su olor oscuro pero encantador junto con el aroma del placer. 

Cuando la sacó del coche y la llevó al ascensor, a _____________ le entró el pánico. No entendía lo que estaba sucediendo pero estaba anhelante, nerviosa y tenía mucho miedo.

—Jimin, no te vayas... te lo ruego.

—¿Qué? No me voy a ningún sitio, cariño. Te voy a llevar dentro. Espera un segundo a que abra la puerta.

Ella se apoyó en él cuando entraron y Jimin cerró la puerta. Se sentía muy débil. Quizá fuera de alivio.

Él la sujetó bien con los brazos alrededor.

—No pasa nada —le dijo en un tono tranquilizador—. Es otra consecuencia del subidón químico por lo de esta noche. Las endorfinas, vamos. Tal vez haya sido una pequeña sobrecarga. Te pondrás bien. Te desnudaré y nos acostaremos, ¿de acuerdo?

Ella asintió sin decir nada. No podía pensar con coherencia. Lo único en lo que pensaba, lo único que sabía en ese momento, era que lo quería. Que después de esa velada en el club, se sentía más cerca de él que nunca. Y no sabía durante cuánto tiempo más podría guardarlo dentro.
Estaba un tanto mareada por todo. Por el amor, de hecho. Por el deseo que sentía por él: un anhelo absoluto que no había sentido antes.

En lo que le pareció medio segundo ya estuvo desnuda en su cama, entre unas sábanas frías pero suaves al contacto con su piel.

—¿Jimin?

—Shhh, cielo, estoy aquí mismo.

Y lo estaba. En ese momento entraba en la cama y le pasaba el brazo por debajo del cuello. Ella se le acercó, se puso de lado y abrazó. No era una cuestión sexual: tan solo necesitaba notarle.
Él le apartó el pelo de la cara y la besó en la mejilla y en los labios. Ella se derritió con esa sensación de Jimin cuidándola, amándola.
Era lo más maravilloso que había sentido en la vida. Quería pensar en eso, en lo que significaba, deleitarse un poco, pero se notaba los párpados muy pesados.

—Jimin —susurró—. Tengo que decirte algo.

«No lo hagas.»

—¿Qué pasa?

«Pero tengo que decirlo...»

—Es importante...

Él estaba callado. Esperaba a que le contara lo que le tenía que decir. Sin embargo, no podía mantener los ojos abiertos y era como si la boca no le funcionara tampoco. Tenía la sensación de que el cuerpo le pesaba mil kilos.

—Mmm...

—¿___________?

Hizo un esfuerzo para no dormirse y contarle lo que con tantas ganas quería decirle, pero se apagó en cuestión de segundos.

Jimin la miraba. La vigilaba como una especie de ángel de la guarda. En la oscuridad apenas distinguía la silueta de sus pómulos y de la mandíbula, pero sabía lo hermosa que era de todos modos.

Una parte de él deseaba que estuviera despierta. No sabía por qué. Estaba agotado para rendir sexualmente en ese momento. O tal vez no. El deseo era inagotable cuando estaba con _____________. Pero había mucho más que eso.

Por otro lado, necesitaba tiempo para pensar y poner en orden todas las ideas extrañas que le rondaban por la cabeza. Las cosas raras que había estado sintiendo toda la noche y que habían estado acumulándose en las últimas semanas.

La escena con ella en el Pleasure Dome había sido muy intensa esta noche. Más que intensa, incluso. No había sido un juego de dolor intenso; no había ido más allá de los azotes de siempre, que era lo más lejos que había llegado con ella. No obstante, no necesitaba ir más lejos ni jugar con mayor intensidad con ella. Ya no se trataba de eso. Aunque siempre le gustaría el intercambio de poder, el juego de sensaciones y ver cómo respondía a todo eso, ya no sentía la necesidad de nada más duro. Más extremo. Pero algo más había ocurrido esta noche...
Siempre pasaban cosas cuando estaba con ella. Había una progresión continua de las cosas. Tenía mucho que pensar.

Pero tal vez fuera hora de empezar. ¿Era posible que amara a esa mujer?

El pensamiento le pasó por la cabeza y por el corazón como un fogonazo de luz. Cegador. Puro.
Se le aceleró el corazón, cuyos latidos le repiqueteaban en el pecho.
«No.»
¿Pero acaso no lo negaba porque era a lo que estaba acostumbrado?

Se frotó la barbilla en un intento de poner un poco de orden en su cabeza. Al parecer, por mucho que lo intentara no lograba tranquilizarse. Se pasó la mano por el pecho y presionó como si con eso pudiera suavizar los erráticos latidos de su corazón y así tranquilizarse.

Joder, no se lo podía creer. No estaba preparado para creérselo todavía. Sabía que estaba sintiendo algo por ella, algo nuevo y especial, pero ¿eso?

«Es imposible.»
Pues ahora parecía que no lo era.

Se la acercó un poco más.

Tenía que calmarse. Era tarde y estaba cansado. En realidad tampoco hacía falta que hiciera nada. Podía tomarse su tiempo para averiguar dónde tenía la cabeza y qué postura tomar en cuanto a eso. En cuanto a todo ese... amor.

Era idiota. Se comportaba como si fuera un adolescente, algo que le pasaba demasiado a menudo con _____________.

La quería, por el amor de Dios.

«Mierda.»

Se le aceleró el pulso y, sin pensar mucho en ello, se dio la vuelta para inspirar el olor de su cabello. Era reconfortante.

Estaba perdiendo el juicio. Lo había perdido. Estaba desaparecido ya.
No sabía cómo demonios había pasado pero se había enamorado, aunque no lo pretendía. A pesar de que sabía de lo que era capaz y de lo que no. Y no sabía qué diablos iba a hacer al respecto.

Y ahí estaba, tumbado con la cabeza de ella sobre su pecho, oyendo cómo respiraba. Oía también el sonido de la lluvia en las ventanas y el lejano retumbar de los truenos. Quería estar despierto para reflexionar sobre esto y encontrarle el sentido. Pero, al final, el suave ritmo de la respiración de _____________ le tranquilizó. Eso y la lluvia que caía formó una especie de capullo a su alrededor. Consiguió relajarse, aunque oía un zumbido en la cabeza por toda la sobrecarga sensorial. En algún momento, con la luna escondiéndose tras un banco de nubes y las estrellas que empezaban a desaparecer, se quedó dormido.

Se despertaron unas horas más tarde con los primeros rayos de sol del amanecer. Ella se cobijó entre sus brazos en silencio. Él se puso encima de ella. Su cuerpo se le antojaba una serie de delicadas curvas: los pechos, el vientre, los muslos. Ella se abrió de piernas y él se introdujo en ella con tanta suavidad como la seda. Con la misma finura.

La besó mientras levantaba las caderas y ella suspiraba. Qué dulzura. No se cansaba de ella.

«_____________.»

Ella se movía con él y cada movimiento de sus cuerpos marcaba un ritmo fluido y perfecto que no hacía falta pensar siquiera. No requería ningún esfuerzo. Pronto alcanzaron un placer líquido, como arrastrados por una corriente de sensaciones. Al poco notó cómo el cálido sexo de ella se tensaba alrededor del suyo. Era increíble. Empezó a jadear; su clímax fue tan tenue como las primeras luces del día.

Al instante él llegó al orgasmo entre temblores. La atrajo hacia sí y la abrazó. No quería soltarla.
Finalmente reparó en que quizá la estaba aplastando, de modo que la soltó un poco y ella se acurrucó a su lado. Le acarició el pelo y comenzó a respirar con normalidad mientras enredaba los dedos en sus sedosos mechones.

—__________ —susurró—. Cariño...

¿Qué quería decirle? Pero tenía tanto sueño...

Se quedó dormido una vez más.

~El límite del deseo~ (Jimin y tú) +18 (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora