Capítulo cinco.

838 114 46
                                    

Derek se quedó helado tras oír la decisión que había tomado Deaton.

No creyó haberlo oído, no quiso aceptarlo. Amaba su trabajo, y perderlo era terrible. ¿Cómo era posible que hubiera sido despedido sin siquiera tener una oportunidad de defenderse? No podía ser así, debía ser alguna broma pesada, ¿No?

– Despedido...– repitió el azabache, y hasta el dolor de los golpes se le olvidó, pues la cruda realidad era más dolorosa que eso –. ¿Qué...qué voy a hacer ahora? Deaton, usted no puede...no puede hacerme esto.

– Pues lo estoy haciendo, Derek – dijo el hombre con su voz dura –. Te dije que esta entrevista era importante, y aún así la arruinaste.

– ¿Qué hay de las...segundas oportunidades? – murmuró Derek, viendo cómo Deaton se daba la vuelta para encararlo de nuevo. Y no le agradó para nada ese gesto de enfado que el hombre llevaba en el rostro.

– Te he dado más de cinco oportunidades antes, Derek, porque has arruinado más entrevistas de las que puedo recordar – señaló Deaton, comenzando a desesperarse por culpa de la insistencia del azabache.

– ¡Pero, por Dios, no es para tanto! Puedo ir a pedirle...disculpas a...– un suspiro abandonó sus labios.

Tampoco podía ir a pedirle disculpas a Kate, y fingir que no lo habían golpeado, y amenazado casi de muerte.

– Basta, Derek – gruñó el otro hombre, señalando la puerta –. Deja de perder tu dignidad, y vete.

Derek se pasó las manos por el rostro golpeado.

– ¡No tengo dignidad desde hace años! – se excusó, negándose a irse así de fácil –. ¡Pero ese no es el punto! ¡Yo...no quiero perder mi trabajo!

– Debiste pensar en eso antes de hacer tus estupideces...

El azabache gruñó frustrado, empuñó sus manos y se tragó esas enormes ganas de querer golpear a lo primero que se le pusiera en frente. Estaba enojado, más con sí mismo que con su ahora ex jefe.

Era un hecho; no había ninguna opción, o palabra que hiciera que Deaton cambiara de opinión.

Derek estaba despedido, y era todo.

– Lamento esto, Derek. Eras mi mejor reportero, pero te lo dije, un error como el que cometiste no es algo ligero.

El azabache no respondió, tan sólo se puso de pie con algo de dificultad y se dirigió a la salida. No se atrevió a mirar a Deaton porque sabía que si duraba un segundo más allí, su enojo iba a aumentar.

– Gracias por haberme soportado – masculló él, empujando la puerta de la oficina con su mano derecha para después salir al pasillo.

Allí, Isaac estaba de pie, con una postura desesperada. Pero en cuanto escuchó un par de pasos lentos golpear contra el suelo del pasillo, el camarógrafo posó su atención en quien salía de la oficina.

– Derek – llamó Isaac, no sabiendo qué decir pues el gesto que tenía el azabache le decía todo.

– ¿Mi auto se quedó en la fundación? – cuestionó Derek, queriendo ignorar el tema que seguramente Isaac quería tratar.

– Sí...tú traías las llaves, por eso no pude usarlo – explicó el chico, y Derek suspiró –. ¿Quieres que te lleve a la fundación para que vayas por tu auto?

– Es...arriesgado – opinó, arqueando las cejas.

– Será rápido – insistió Isaac, teniendo la necesidad de ayudar al azabache –. Vamos, no puedes dejar tu hermoso Camaro en ese lugar.

BITE -Sterek-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora