Cuatro meses después.
Hacía tanto frío allí, que la ropa blanca no parecía existir. Había luces por doquier, luces blancas como esas pieles de los hombres y las mujeres que lo rodeaban. Blancas como sus batas de laboratorio. Blancas como el pelaje de esa pila de conejos muertos que yacían tirados en una orilla de la habitación. Blancos como la nieve que ya no podía recordar bien cómo era.
No podía recordar el sol, la lluvia, la nieve o el calor. No podía recordar cómo eran las calles de Nueva York.
Llevaba seis meses encerrado en una habitación cuadrada que no tenía más que un retrete y una cama blanca. Rodeado de paredes blancas, y un techo bajo blanco todo el tiempo, conviviendo con guardias, científicos y con aquel color blanco que todo pintaba.
La calefacción en su habitación era helada, tanto, que hubo noches en las que su quijada se le congeló, y no podía siquiera gritar para pedir ayuda.Era un infierno de frío; era una tortura, un castigo no merecido. El estar encerrados tal cual animales salvajes, separados por paredes y siendo alimentados con manzanas verdes y botellas de agua. Las duchas se hacían cada semana, y éstas eran dadas con una manguera...y agua helada.
Ellos también vestían ropa blanca, dándoles aspectos serios, como los de un criminal encarcelado. No usaban zapatos, ni abrigo; sólo un pantalón, y una camiseta, ambos de ese maldito color blanco.
¿Cómo habían llegado ahí? ¿Y para qué? Todos se preguntaban eso.
Se despertaban cada mañana con la esperanza de por fin responder sus preguntas. De por fin ser elegidos por ese guardia de seguridad, y poder salir de la habitación para ser llevados a quién sabía dónde.
– Scott McCall – escuchó su nombre, y el pulso se le aceleró –. Sujeto B-11.
Scott, un hombre de veintisiete años, moreno y desesperado, se acercó a la puerta blanca de su habitación cuadrada, y esperó con entusiasmo a que el guardia de seguridad apareciera.
Y así fue.
Cuando la cerradura de la puerta dio un giro, Scott pudo ver claramente a un hombre fuerte estando del otro lado de la puerta, esperándolo.
– Scott McCall – repitió el guardia de seguridad, viendo cómo el nombrado salía de su habitación con la necesidad de achicar los ojos, pues las luces del pasillo eran más intensas que las de su pequeña habitación –. Sígueme.
Dicho eso, ambos hombres empezaron a caminar por el pasillo. No tuvo que pasar mucho tiempo para que Scott ahora fuese acompañado por seis guardias, quedando completamente rodeado de ellos; hecho que lo hizo sentir nervioso.
– ¿A dónde me llevan? – cuestionó Scott, temblando por culpa del frío que empezaba a aumentar.
Ninguno de los hombres le respondió.
De pronto, uno de los hombres empujó a Scott para obligarlo a subir a un elevador, y una vez que éste estuvo dentro, los guardias también subieron.
Scott se sentía como un criminal que estaba siendo trasladado de celda.
El elevador bajó hasta el sótano, allí en donde todos bajaron rápidamente, como si quisieran pasar por allí sin ser vistos.
Se adentraron en otro pasillo, éste más oscuro que el anterior. Un olor a putrefacción atacó las fosas nasales del moreno, lo que le causó algo de náuseas y un mareo. Sin embargo, Scott no tuvo tiempo de quejarse, pues todos los hombres se detuvieron al estar frente a una enorme puerta de hierro, y uno de ellos mostró su identificación para que entonces esa puerta se abriera.
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BITE -Sterek-
Hayran KurguDerek Hale es un reportero famoso en Nueva York, quien tras cometer un error, sufre de enormes consecuencias; tanto emocionales, como físicas. A las cuales solamente podrá enfrentarse con ayuda de un ser realmente extraño. ¿Será que podrá remediar s...