Capítulo ocho.

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Derek siguió quieto, en silencio.

Su mirada estaba clavada en uno de los árboles que decoraban la calle, allí en donde juró haber visto algo...luego de haber escuchado tal gruñido.

No era un animal, de eso estaba seguro, aunque los gruñidos que seguían oyéndose eran idénticos a los de un perro rabioso, Derek tuvo la sensación de que ese perro era en realidad alguien; como una persona.

– ¿Qué...carajos te pasa? – susurró Derek, viendo cómo una silueta humana se mantenía oculta tras el tronco del árbol –. ¿Estás drogado? – fue la única explicación lógica que logró encontrar.

– Necesito huir – contestó el extraño, con una voz ronca, grotesca.

Derek sintió que la piel se le erizó de miedo con tan sólo escuchar esa temible voz.

– ¿Por qué quieres huir? – se atrevió a preguntar, echándole una mirada a su alrededor, pues Derek seguía de pie a media calle, hablando con alguien que se ocultaba tras un árbol.

– Están buscándome – y en cuanto dijo eso, el sonido de un montón de patrullas comenzó a escucharse no muy lejos de allí.

– ¿Eres...eres un ladrón? ¿O...tú...tú eres un asesino? – balbuceó Derek, empezando a sudar por culpa de los nervios.

El sonido de las patrullas aumentó en señal de que éstas se estaban acercando cada vez más a donde estaban los hombres.

Derek tragó saliva al no recibir una respuesta a sus preguntas. Supuso que había incomodado al otro hombre, o que tal vez éste estaba pensando muy bien en cómo mentirle para no asustarlo. Sin embargo, el extraño nunca contestó, no verbalmente.

Derek observó cómo el otro hombre daba un paso al frente para salir de las sombras en las que se ocultaba.
Se sorprendió de lo que vio, y tuvo que pasarse las manos por los ojos en señal de que no creía aquello.

El extraño hombre, de piel morena y cabello oscuro, se puso de pie frente al Derek que yacía congelado de horror. El azabache observaba detenidamente al otro, topándose con un par de ojos rojizos para después recorrer su mirada por todo el cuerpo del extraño.
Éste vestía un uniforme blanco, y no usaba zapatos. Sus manos estaban cubiertas de sangre ajena, y sus garras filosas se veían oscuras.

Derek sintió miedo, como nunca antes.

El azabache regresó su mirada hacia el rostro ensangrentado del hombre; pero antes de que volviera encararlo, algo en el uniforme del extraño le llamó la atención a Derek.

– Ah, así que eres de la Fundación Argent – expresó Derek, riéndose nerviosamente y señalando el logotipo que estaba bordado en el pecho del uniforme –. Ya entiendo...¿Vas a golpearme? ¿Vas a matarme?

– No – respondió el otro con una voz ronca.

Derek olvidó la risa.

– Oh, vaya...eso–

– Voy a comerte – interrumpió Scott.

Porque sí, ese hombre extraño, era nada más y nada menos que Scott McCall; el mismo Scott que acababa de escaparse de la Fundación Argent, y que en esos momentos estaba en persecución.

– ¿Co...comerme? – balbuceó Derek, dando un paso atrás –. Lamento...decirte que yo, yo seguramente tengo cáncer de pulmones, y...mi sabor no es el mejor – dio otro paso atrás.

El moreno, perdido en la brutalidad de la sustancia que le habían inyectado en las venas, abrió su boca un tanto, dejándole a Derek que viera sus grandes colmillos ensangrentados también.

BITE -Sterek-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora