14. Tormenta de verano

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—¿Cómo lo están pasando? –grita un eufórico Agoney desde el escenario.

Como respuesta, un grito generalizado del público se hace eco en la noche. Pero parece que el canario no se queda satisfecho, por lo que vuelve a dirigirse a ellos, esta vez más calmado.

—Vaya, me habían dicho que aquí el público era más... entregado –dice con sorna, consiguiendo claramente lo que quería, porque cuando vuelve a gritar "¿Cómo lo están pasando?", parece que las gradas literalmente se vayan a caer. El muy cabrón sabe cómo ganarse al público. Sonrío porque sé que he perdido la apuesta y me va a tocar invitarle a la primera copa de esta noche.

Realmente me da igual haber perdido, de hecho, lo prefiero. Cuando he apostado con él, mi intención no ha sigo ganar en ningún momento, sino que él disfrutara de este concierto. Y vaya si lo está haciendo. Río negando con la cabeza.

Cuando quedaban dos horas para que empezase el concierto, he conseguido dejar todo mi trabajo preparado antes de tiempo para poder escaparme un poco y ver a Agoney.

Después de recorrerme todo el backstage y nuestra planta del hotel entera, lo he encontrado en la sección de peluquería mientras Juan Antonio le arreglaba el pelo.

No he podido evitar quedarme un momento apoyado en el marco de la puerta simplemente observando su perfil. Tenía los ojos cerrados y la boca un poco entreabierta mientras disfrutaba del masaje que le estaba haciendo el chico al enjabonarle el pelo. Le entiendo, esos momentos son increíbles.

Pero cuando ha acabado y ha tenido que abrir los ojos para ir a la silla donde le iba a peinar, he podido ver la preocupación reflejada en su mirada, y, en parte, el sufrimiento, aunque eso no ha evitado la sonrisa inmediata que ha aparecido en su cara cuando me ha visto acercarme a él a través del espejo. Y mentiría si no dijera que se me ha removido todo cuando nuestras miradas se han cruzado en el cristal.

Juan Antonio ha salido del cuarto para buscar un par de productos que quería echarle en el pelo al moreno así que yo he aprovechado para sentarme a su lado y poder hablar tranquilamente.

—¿Qué te pasa? –le he preguntado, mirándole, ahora sí, directamente a la cara.

—Estoy nervioso –dice, y suelta una risita.

—Venga ya, Ago, si ya has hecho miles de conciertos –digo en tono de broma, aunque es verdad que no me creo su explicación.

Me mira, en un principio confundido, y luego, poco a poco, empieza a aparecer una sonrisa que le ilumina la cara. Niega con la cabeza mientras ríe suavemente.

—No puedes hacer esto, ¿sabes? –dice, y no sé si está de broma o habla en serio.

—¿Hacer qué? –pregunto totalmente confundido.

—Pues... esto –nos señala a ambos respectivamente– llegar aquí como si nada, mirarme y saber exactamente cómo me siento. No es justo –dice intentando hacer un puchero, que resulta fallido por la sonrisa que no puede evitar tener.

Joder, es muy mono. No puedo evitarlo y, tras una mirada hacia la puerta asegurándome de que no hay nadie, llevo una mano a su mejilla.

—Ago, ¿qué te ocurre? –digo, esta vez más bajo. Le dejo pequeñas caricias  con el movimiento continuo del dedo. Gira levemente la cabeza hacia mi mano buscando el mayor contacto posible y suelta un suspiro.

—Cada vez se me hacen más cuesta arriba los conciertos, Raoul. Es que... me agotan, en serio. Sobretodo mentalmente. Tener que estar dos horas haciendo como que disfruto algo que en realidad... –me mira por un momento asustado analizando mi reacción ante tantas confesiones. Intento con toda mi voluntad que mi mirada le transmita la calma que siento y la confianza que puede tener en mí. Parece conforme porque, despacio, continúa– en realidad... lo odio.

Sing with me | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora