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Nunca supe lo que hacía hanna cuando no estaba ni trabajando ni conmigo. se lo pregunté más de una vez, pero nunca me contestó. no teníamos un mundo común; ella se limitaba a concederme en su vida el espacio que le convenía. y yo tenía que conformarme. querer más, incluso querer saber más, constituía una insolencia por mi parte. a veces, cuando nos sentíamos felices juntos, me parecía que todo era posible, que todo estaba permitido, y entonces le preguntaba, y podía ser que ella, en vez de rechazar la pregunta, se limitara a esquivarla. «preguntas mucho, chiquillo.» o me decía: «siempre estás igual: hanna esto, hanna lo otro. me vas a gastar el nombre.» o me recitaba: «pues mira, tengo que barrer, tengo que fregar, tengo que lavar, tengo que planchar, tengo que comprar, tengo que hacer el desayuno, la comida y la cena y beberme un vaso de leche y meterme en la cama.»
tampoco me la encontré nunca casualmente en la calle, o en una tienda, o en el cine. decía que le gustaba mucho ir al cine, y durante los primeros meses insistí en que fuéramos juntos, pero ella no quería. a veces hablábamos de películas que habíamos visto los dos. en cuestión de cine, parecía tener los gustos más variopintos: veía toda clase de películas, desde bélicas o folklóricas alemanas hasta la nouvelle vague, pasando por las del oeste. a mí lo que me gustaba era todo lo que venía de hollywood, fueran películas de romanos o de vaqueros. había una del oeste que nos gustaba especialmente; salía richard widmark en el papel de un sheriff que debe afrontar a la mañana siguiente un duelo que no tiene ninguna posibilidad de ganar; al anochecer llama a la puerta de dorothy malone, que le ha aconsejado huir, aunque él no le ha hecho caso. ella abre la puerta. «¿qué quieres? ¿toda tu vida en una noche?» a veces, cuando yo llegaba rebosante de deseo, hanna se burlaba de mí: «¿qué quieres? ¿toda tu vida en una hora?»
sólo una vez vi a hanna sin que hubiéramos quedado previamente. fue a finales de julio o principios de agosto; en cualquier caso, pocos días antes de las vacaciones de verano.
hacía días que hanna estaba de un humor bastante raro, variable y despótico; era evidente que estaba sometida a una presión, que algo la torturaba terriblemente y la hacía más sensible y susceptible de lo habitual. se la veía concentrada, ensimismada, como luchando para que la presión no la hiciera saltar por los aires. le pregunté qué era lo que la atormentaba, pero me rechazó ásperamente. yo no sabía qué hacer. no sólo me sentía rechazado, sino que también la veía a ella desamparada, e intenté ayudarla y al mismo tiempo dejarla en paz. un día desapareció la tensión. al principio pensé que hanna volvía a ser la de siempre. una vez acabado guerra y paz, nos tomamos un tiempo antes de empezar con otro libro. yo había prometido encargarme de buscar una nueva lectura, y aquel día le llevé varios libros para que escogiéramos uno.
pero ella no quiso.
—prefiero bañarte, chiquillo.
no fue el bochorno veraniego lo que se posó sobre mí como una pesada tela cuando entré en la cocina. era el calentador, que estaba encendido. hanna abrió el grifo,echó unas cuantas gotas de agua de lavanda y me lavó. no llevaba ropa interior, sólo un delantal azul claro con flores, que con aquel aire caliente y húmedo se le pegaba al cuerpo sudoroso. me excitaba mucho. cuando hicimos el amor, sentí como si hanna quisiera arrastrarme a una esfera de sensaciones que iban más allá de todo lo que habíamos experimentado hasta entonces; como si quisiera llevarme hasta el límite de mi capacidad de aguante. también ella se entregó como nunca. no sin reservas; jamás dejó de tener reservas. pero fue como si quisiera ahogarse conmigo.
—y ahora vete con tus amigos.
me despidió, y yo me fui. el calor envolvía las casas, yacía sobre los huertos y jardines y reverberaba sobre el asfalto. me sentía aturdido. en la piscina, el griterío de los niños que jugaban y chapoteaban llegaba a mis oídos como desde muy lejos. me encontraba en el mundo como si no formara parte de él ni él de mí. me sumergí en el agua clorada y turbia y no sentí la necesidad de volver a asomar afuera. me eché junto a los otros, les escuché y lo que decían me pareció ridículo y trivial.
en algún momento ese estado de ánimo se disipó. en algún momento, aquello se convirtió en una tarde normal en la piscina, con deberes por hacer, partido de voleibol, chismes y coqueteo. no me acuerdo en absoluto de lo que estaba haciendo cuando levanté la vista y la vi.
estaba a unos veinte o treinta metros, con pantalones cortos y una blusa
desabrochada, anudada en la cintura, y me miraba. yo la miré a ella. a aquella distancia no pude interpretar la expresión de su cara. en vez de levantarme de un salto y echar a correr hacia ella, me quedé quieto preguntándome qué hacía ella en la piscina, si acaso quería que yo la viera, que nos vieran juntos, si quería yo que nos viesen juntos. nunca nos habíamos encontrado casualmente y no sabía qué hacer. y entonces me puse en pie.
en el breve instante en que aparté la vista de ella al levantarme, hanna se fue.
hanna con pantalones cortos y blusa anudada a la cintura, mirándome con una cara que no consigo interpretar: otra imagen que me ha quedado de ella.

El Lector - Bernhard SchlinkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora