La versión alemana del libro de la hija sobre su paso por los campos de exterminio no apareció hasta acabado el juicio. de hecho, el manuscrito ya estaba listo, pero sólo se les había facilitado a los implicados en el proceso. yo tuve que leer el libro en inglés, algo que por entonces todavía era para mí una empresa inusual y trabajosa. y, como siempre que se lee en una lengua extranjera que no se domina y con la que hay que pelearse, el resultado fue una extraña combinación de distancia y cercanía. uno se esfuerza en profundizar todo lo posible en el texto, pero no consigue hacerlo suyo. sigue siendo extraño, lo mismo que la lengua en que está escrito.
años más tarde volví a leerlo y descubrí que esa distancia está en el libro mismo.
no invita al lector a identificarse con nadie, y no pinta con rasgos amables a ningún personaje, ni a la madre y la hija ni a las personas con las que ambas compartieron su destino en diferentes campos de concentración, y finalmente en auschwitz y en las afueras de cracovia. en cuanto a las jefas de barracón, las guardianas y los soldados, no les imprime suficiente carácter y perfil como para que el lector pueda definirse respecto a ellos o juzgarlos con mayor o menor severidad. el libro está embebido en ese embrutecimiento que ya he intentado describir. pero el embrutecimiento no hizo perder a la hija la capacidad de anotar y analizar lo que había visto. y tampoco se dejó corromper por la autocompasión ni por el orgullo que evidentemente le producía el haber sobrevivido
a aquellos años en los campos de exterminio y haber sido capaz no sólo de superarlos, sino de plasmarlos literariamente. al hablar de sí misma no oculta su comportamiento de adolescente prematuramente desengañada y, cuando hacía falta, taimada, y lo describe con la misma sobriedad que aplica a todo lo demás.
hanna no aparece mencionada en el libro con su nombre, ni siquiera como personaje mínimamente identificable. a veces creí reconocerla en una guardiana que la autora describe como una mujer joven, guapa y de una «escrupulosidad sin escrúpulos»
en el cumplimiento del deber. pero no estaba seguro. de entre todas las acusadas, estaba claro que sólo hanna coincidía con la descripción. pero ellas no habían sido las únicas guardianas. la hija cuenta que aquella mujer le recordaba a otra guardiana que había conocido en uno de los campos, también joven, guapa y concienzuda, pero cruel e incapaz de dominarse, a la que llamaban «la yegua». quizá la hija no fuera la única persona que había notado el parecido. y quizá hanna lo sabía, lo recordaba y por eso se había sentido molesta cuando la comparé con un caballo.
el campo de las afueras de cracovia fue para madre e hija la última etapa después de auschwitz. fue un cambio para mejor. el trabajo era duro, pero no tanto como en auschwitz; se comía mejor; y también era preferible dormir con seis mujeres más en una habitación a compartir un barracón con un centenar. además, las prisioneras no pasaban tanto frío, gracias a la leña que recogían en el camino de la fábrica al campo. existía, desde luego, el temor a las selecciones. pero tampoco ese miedo era tan intenso como en auschwitz. cada mes enviaban de vuelta allí a sesenta mujeres, sesenta de un total de unas mil doscientas, así que quien estuviera mínimamente dotada para resistir el trabajo podía contar con una esperanza de vida de unos veinte meses, y siempre cabía la posibilidad de tener más fuerzas que la mayoría. además, podía ser que la guerra se acabase antes de esos veinte meses.
el desastre empezó cuando el personal del campo recibió la orden de
desmantelarlo e iniciar la marcha hacia el oeste. era invierno y nevaba. con la ropa que tenían, las prisioneras pasaban mucho frío en la fábrica, aunque no tanto en el campo; pero desde luego aquella ropa era insuficiente para una marcha de muchos kilómetros.
sin embargo, lo peor era el calzado, que en muchos casos se limitaba a unos trapos envueltos en papel de periódico y atados de modo que aguantaban las caminatas, pero de ningún modo una larga marcha por la nieve y el hielo. además, las mujeres no caminaban: las hacían correr. «¿marcha de la muerte?», se preguntaba la hija en el libro.
«no: trote de la muerte, galope de la muerte.» muchas se desplomaron por el camino, otras no se levantaban después de pasar la noche en un pajar o recostadas contra una pared. al cabo de una semana habían muerto casi la mitad.
dormir en la iglesia era preferible a hacerlo en un pajar o contra una pared. cuando se quedaban a pasar la noche en alguna granja abandonada, los soldados y las guardianas se instalaban en la vivienda. en aquel pueblo poco menos que abandonado, escogieron la casa del párroco, y las prisioneras encontraron, por una vez, un refugio mejor que un pajar o una mera pared. esto, sumado al hecho de que en el pueblo les dieron sopa caliente, les hizo ver más cercano el fin de sus padecimientos. y se durmieron. poco después cayeron las bombas. al principio el fuego afectó sólo al campanario, y las mujeres encerradas lo oían, pero no lo veían. cuando la aguja del campanario se desprendió y cayó sobre el tejado de la iglesia, pasaron unos cuantos minutos hasta que se hizo visible el resplandor del fuego. y entonces empezaron a llover llamas que prendieron las ropas de las mujeres; las vigas en llamas, al desplomarse, incendiaron los bancos y el pulpito, y al cabo de poco rato el tejado se vino abajo sobre la nave y todo empezó a arder como una tea.
según la hija, las mujeres podrían haberse salvado si hubieran unido sus fuerzas desde el primer momento para forzar una de las puertas. pero cuando se dieron cuenta de lo que había pasado, de lo que iba a pasar y de que no les iban a abrir las puertas, era ya demasiado tarde. cuando las despertó el impacto de la bomba, era noche cerrada.
durante un rato sólo oyeron un ruido extraño y amenazador que provenía del campanario, y guardaron silencio para poder oírlo e interpretarlo mejor. hasta que el tejado empezó a arder visiblemente no comprendieron que aquel ruido era la crepitación y el chisporroteo de un fuego; que lo que de vez en cuando se agitaba tras las ventanas, iluminándolas, era el resplandor de las llamas; que el golpe que oyeron por encima de sus cabezas significaba que el fuego se extendía del campanario al tejado. lo comprendieron y empezaron a chillar horrorizadas, a pedir socorro a gritos, y se arrojaron sobre las puertas, sacudiéndolas, golpeándolas, chillando sin parar.
cuando el tejado en llamas se precipitó sobre la nave, los muros de la iglesia envolvieron el fuego como las paredes de un horno. la mayoría de las mujeres no murieron asfixiadas, sino que ardieron entre el fragor y la luz cegadora de las llamas. al final, el fuego llegó a calcinar por completo las puertas y a fundir los herrajes. pero eso fue horas más tarde.
la madre y la hija sobrevivieron porque la madre hizo lo que había que hacer, aunque fuera por motivos equivocados. cuando el pánico hizo presa en las mujeres, no pudo aguantar más allí abajo y huyó a la tribuna. no le importaba estar más cerca de las llamas; sólo quería estar sola, lejos de aquellas mujeres que gritaban y se arremolinaban envueltas en llamas. la tribuna era estrecha, tanto que las vigas incendiadas apenas la rozaron al caer. la madre y la hija se quedaron acurrucadas contra la pared, viendo y oyendo las llamas. al día siguiente no se atrevieron a bajar ni a salir de la iglesia. por la noche tampoco, pues temían perder pie al bajar por la escalera o extraviarse en la oscuridad. al amanecer del día siguiente, cuando salieron de la iglesia, se encontraron
con unos cuantos aldeanos que, pasmados y mudos de asombro, les dieron ropa y comida y las dejaron marchar.
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El Lector - Bernhard Schlink
Storie d'amoreEl tema es el holocausto y la forma en la que han de ser juzgados los culpables, y plantea por ello un dilema moral. Al mismo tiempo, trata del conflicto generacional de la posguerra, sobre todo en la descripción de la relación del personaje princip...