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Por entonces nunca pensaba en que a hanna la soltarían un día. el intercambio de saludos y cintas se había hecho tan normal y familiar, y hanna se había convertido tan libremente en alguien cercano y al mismo tiempo distante, que no me habría importado que continuara así para siempre. era una actitud cómoda y egoísta, lo sé.
un día llegó la carta de la directora de la prisión: frau schmitz y usted mantienen un intercambio epistolar desde hace varios años, tratándose del único contacto que tiene frau schmitz con el exterior, por lo que he decidido dirigirme a usted, aunque ignoro qué grado de amistad o parentesco tiene con la antes citada.
el año próximo, frau schmitz volverá a formular una solicitud de indulto, y todo parece indicar que le será concedido. en tal caso, pronto se le retirará la privación de libertad, después de una estancia de dieciocho años en nuestra institución. por supuesto, por nuestra parte podemos encontrarle, o intentar encontrarle, domicilio y trabajo; por lo que respecta al trabajo, a su edad no resultará fácil, aunque goza de una salud inmejorable y da muestras de grandes dotes en la costurería de nuestra institución. pero, por más que nosotros nos esforcemos, siempre es mejor que se interese algún familiar o amigo que pueda estar cerca de ella para acompañarla y brindarle apoyo. no puede usted imaginarse lo sola y desamparada que se puede sentir fuera una persona después de dieciocho años de privación de libertad.
en general, frau schmitz no necesita a nadie que le infunda ánimos, y sabe
arreglárselas sola. bastaría con que usted se encargara de buscar una vivienda pequeña y un trabajo, la visitase con regularidad en las primeras semanas y meses, la invitase a su casa y se preocupara de que estuviera informada de las ofertas de las parroquias, escuelas de adultos, centros cívicos, etc. además, después de dieciocho años, al principio no es fácil desplazarse al centro de la ciudad, ir de compras, acudir a una ventanilla o ir a comer a un restaurante. resulta más grato hacerlo en compañía.
he observado que usted nunca visita a frau schmitz. si lo hiciera, no le habría escrito esta carta, sino que habría hablado directamente con usted aprovechando alguna visita. pero ahora es imprescindible que venga usted a verla antes de que recupere la libertad. le ruego que en tal caso no deje de pasar por mi despacho.
para acabar me enviaba «afectuosos saludos», pero evidentemente no era mi persona lo que le despertaba especial cariño, sino la suerte de hanna. yo ya había oído hablar de aquella mujer; la prisión que dirigía era considerada modélica, y su voz tenía cierto peso en el debate sobre la reforma penitenciaria. la carta me gustó.
lo que no me gustó fue el trabajo que se me venía encima. por supuesto que tenía el deber de buscarle vivienda y trabajo, y así lo hice. unos amigos que tenían una pequeña vivienda anexa a su casa, que no utilizaban ni alquilaban, accedieron a cedérsela a hanna por un alquiler no muy alto. el sastre griego al que llevaba a arreglar ropa de vez en cuando, estaba dispuesto a darle trabajo a hanna, porque su hermana, que llevaba el negocio con él, tenía ganas de volver a grecia. y también empecé a informarme sobre las ofertas de formación y asistencia social de toda clase de instituciones, religiosas y laicas, mucho antes de que hanna pudiera interesarse por alguna. pero iba dejando para más adelante la visita que le debía.
no quería visitarla por lo que he dicho antes: porque hanna se había convertido libremente en alguien cercano y al mismo tiempo distante. tenía la sensación de que la hanna que yo ahora conocía sólo podía existir en la distancia. temía que el pequeño, fácil e íntimo mundo de los mensajes y las cintas se revelara demasiado artificial y frágil para poder resistir la cercanía verdadera. ¿cómo íbamos a vernos cara a cara sin que aflorase todo lo que había pasado entre nosotros?
y así se me pasó el año sin poner los pies en la cárcel. estuve mucho tiempo sin recibir noticias de la directora de la prisión; le envié una carta explicándole lo que había preparado para hanna en relación con el trabajo y la vivienda, pero no recibí respuesta.
por lo visto, la directora contaba con hablar conmigo cuando fuera a visitar a hanna. pero no podía saber que yo no sólo estaba retrasando esa visita, sino poco menos que huyendo de ella. al final llegó la concesión del indulto y la libertad de hanna, y la directora me llamó por teléfono. ¿podía ir ya? hanna iba a salir en una semana.

El Lector - Bernhard SchlinkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora