La casa de la bahnhofstrasse ya no existe. no sé cuándo la derribaron ni por qué.
he estado muchos años fuera de mi ciudad. el nuevo edificio, construido en los años setenta u ochenta, tiene cinco pisos y un ático bastante grande, y una fachada lisa con revestimiento claro, sin balcones ni miradores. hay muchos apartamentos pequeños, cada uno con su timbre. apartamentos donde la gente se instala y que al cabo de un tiempo abandona, igual que se coge y se deja un coche alquilado. ahora en la planta baja hay una tienda de aparatos de informática; antes hubo una droguería, un supermercado y un
video—club.
la casa antigua era igual de alta pero sólo tenía cuatro pisos: una planta baja de piedra labrada y tres pisos con fachada de ladrillos y los miradores, balcones descubiertos y marcos de las ventanas también de piedra. a la planta baja y al vestíbulo se accedía por una pequeña escalera que se estrechaba a partir del primer piso, enmarcada a ambos lados por un zócalo del que partía una barandilla metálica que acababa en un ornamento en forma de caracol. la puerta estaba flanqueada por dos columnas, y desde lo alto de sus arquitrabes dos leones contemplaban la bahnhofstrasse, cada uno hacia un lado. el pasillo por el que la mujer me había conducido hasta el grifo del patio era la entrada de servicio.
la casa me había llamado la atención ya desde pequeño. dominaba toda la hilera de fachadas. a veces tenía la sensación de que iba a hacerse aún más gruesa y ancha, y las casas contiguas tendrían que echarse a un lado para dejarle sitio. en el interior me imaginaba unas escaleras con paredes estucadas, espejos y una alfombra con motivos orientales, fijada a los escalones mediante brillantes tiras transversales de latón. suponía
que en una casa tan señorial debía de vivir gente igual de señorial. pero como estaba ennegrecida por los años y el humo de las chimeneas, también me imaginaba a los señoriales inquilinos algo sombríos, extravagantes, quizá sordos o mudos, jorobados o cojos. años más tarde soñé muchas veces con aquella casa. los sueños siempre eran parecidos, variaciones de un mismo sueño y un mismo tema. andando por una ciudad extraña, veo la casa. está en una calle de un barrio que no conozco. sigo caminando, desconcertado, porque conozco la casa pero no el barrio. luego me doy cuenta de que ya he visto esa casa alguna vez. pero no pienso en la bahnhofstrasse de mi ciudad, sino en otra ciudad u otro país. en el sueño estoy, por ejemplo, en roma, veo la casa allí y me acuerdo de haberla visto antes en berna. ese recuerdo soñado me tranquiliza; volver a ver la casa en otro entorno no me parece más extraño que el encuentro casual con un viejo amigo en un lugar ajeno. doy media vuelta, regreso a la casa y subo los escalones. voy a entrar. acciono el tirador de la puerta.
a veces veo la casa en el campo; entonces el sueño es más largo, o quizá lo que pasa es que luego me acuerdo mejor de los detalles. voy en coche. veo la casa a mano derecha y sigo conduciendo, al principio desconcertado sólo por el hecho de ver en medio del campo una casa cuyo lugar evidentemente está en una calle en plena ciudad. luego me doy cuenta de que ya la he visto alguna vez, y mi desconcierto se redobla. cuando recuerdo el lugar en que la vi por primera vez, doy la vuelta y regreso a ella. en el sueño,la carretera está siempre vacía, puedo dar la vuelta derrapando y desandar el camino a
toda velocidad. temo llegar tarde y acelero. entonces la veo. está rodeada de campos: nabos o trigo, viñas si es en la zona del rin, o espliego si es en provenza. el terreno es plano, o como mucho suavemente ondulado. no hay árboles. el día es claro, brilla el sol, el aire reverbera, y la carretera reluce por efecto del calor. las paredes medianeras al desnudo hacen que la casa parezca cortada, incompleta. podrían ser las paredes de una casa cualquiera. no parece más sombría que en la bahnhofstrasse. pero las ventanas están cubiertas de una capa de polvo que no deja ver el interior de las habitaciones, ni siquiera los visillos. la casa es ciega.
me detengo en el arcén y cruzo la carretera en dirección a la puerta. no se ve a nadie, no se oye nada, ni siquiera el ruido lejano de un motor, ni el viento, ni un pájaro. el mundo está muerto. subo los escalones de la planta baja y cojo el tirador de la puerta. Pero no la abro. Me despierto y sólo sé que he cogido el tirador y he tirado de él. Y a continuación me acuerdo de todo el sueño, y también de que ya lo he tenido otras
veces.
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El Lector - Bernhard Schlink
RomantizmEl tema es el holocausto y la forma en la que han de ser juzgados los culpables, y plantea por ello un dilema moral. Al mismo tiempo, trata del conflicto generacional de la posguerra, sobre todo en la descripción de la relación del personaje princip...