El inicio del curso escolar siempre me parecía como un corte en el tiempo. y el paso de sexto a séptimo de bachillerato trajo consigo un cambio especialmente tajante. la
dirección disolvió mi clase y la repartió entre los otros tres grupos del mismo curso. como eran muchos los que no habían conseguido pasar a séptimo, se decidió fundir cuatro grupos pequeños en tres más numerosos.
durante muchos años, el instituto al que yo iba sólo había admitido niños. luego empezaron a admitir también niñas, pero al principio eran tan pocas, que no las repartieron por igual entre los grupos del mismo curso, sino que las asignaron a todas a uno solo; más tarde las repartieron en dos y luego en tres, hasta que llegaron a formar en cada uno de ellos una tercera parte del alumnado. en mi curso no había suficientes niñas para que a mi antigua clase le correspondiese alguna. Éramos el cuarto grupo, formado por niños exclusivamente. y por eso mismo nos disolvieron a nosotros y no a los otros tres grupos.
no nos enteramos hasta el principio del nuevo curso. el director nos reunió en un aula para revelarnos que nos habían dividido y cómo habían decidido repartirnos. junto a otros seis compañeros, me dirigí por los pasillos vacíos hasta la nueva aula. nos sentamos en los pupitres que quedaban libres, yo en uno de la segunda fila. eran pupitres
individuales, pero emparejados y divididos en tres hileras. yo estaba en la de en medio. a mi izquierda tenía a un compañero de mi antigua clase, rudolf bargen, un chico bastante grueso, tranquilo, buen jugador de ajedrez y hockey, con el que hasta entonces apenas me había relacionado, pero que pronto sería un buen amigo. a mi derecha, al otro lado del pasillo, estaban las chicas.
mi vecina era sophie. tenía el pelo y los ojos castaños, estaba bronceada y tenía pelitos dorados en los brazos desnudos. cuando me senté y eché una mirada a mi alrededor, me sonrió.
le devolví la sonrisa. me sentí bien, me hacía ilusión empezar el curso con aquel grupo nuevo y conocer chicas. me había dedicado a observar a mis compañeros de sexto de bachillerato: hubiera o no chicas en su clase, les tenían miedo, las evitaban y se hacían los gallitos ante ellas o las alababan sin mesura. yo, en cambio, conocía a las mujeres y sabía comportarme con tino y camaradería con ellas. y eso a las chicas les gustaba. en mi nueva clase me llevaría bien con ellas, y de rebote también me ganaría el respeto de los chicos.
¿le pasará lo mismo a todo el mundo? cuando era joven me sentía siempre o demasiado seguro o demasiado inseguro. o bien me tenía por un ser totalmente incapaz, insignificante e inútil, o me creía un superdotado al que todo tenía que salirle bien por fuerza. cuando me sentía seguro, conseguía superar las mayores dificultades, pero el más mínimo tropiezo bastaba para convencerme de mi inutilidad. si recuperaba la seguridad, nunca era porque me esforzase en ello; ningún esfuerzo estaba a la altura del rendimiento que esperaba de mí mismo y la admiración que esperaba de los demás, y según cómo me sintiera, mis esfuerzos me parecían insuficientes o me enorgullecían. con hanna pasé muchas buenas semanas, a pesar de los continuos rechazos y humillaciones.
y así, también aquel verano, el de la nueva clase, empezó bien.veo ante mí el aula: en la parte delantera, a la derecha, la puerta; en la pared del
mismo lado, el listón de madera con los colgadores; a la izquierda, una sucesión de ventanas por las que se veía el monte de heiligenberg, y por las que en las pausas nos asomábamos a la calle, el río y los prados de la otra orilla; delante, la pizarra, el caballete para los mapas y los carteles y la mesa del profesor, con su silla, sobre la tarima de un palmo de altura. las paredes estaban pintadas de amarillo hasta la altura de la cabeza, y por encima de blanco; del techo colgaban dos lámparas esféricas de vidrio esmerilado. no había en el aula nada superfluo, ni cuadros ni plantas, ni un solo pupitre sobrante, ni un armario con libros y cuadernos olvidados y tizas de colores. cuando la dejábamos vagar, la mirada se nos iba por las ventanas o se detenía disimuladamente en algún compañero o compañera. cuando se daba cuenta de que la miraba, sophie se volvía y me sonreía.
—berg, el hecho de que sophie sea un nombre griego no es motivo para que estudie usted tan atentamente a su compañera durante la clase. ¡traduzca! traducíamos la odisea. yo ya la había leído en alemán, y me gustaba y me sigue gustando. cuando me tocaba el turno, me bastaban unos pocos segundos para orientarme y empezar a traducir. el profesor me había puesto en ridículo, y el resto de la clase lo celebró a carcajadas, pero si me quedé un momento sin habla no fue por eso.
nausica, igual a los mortales en figura y aspecto, nausica, la doncella de pálidos brazos:
¿en quién la veía encarnada, en hanna o en sophie? no podían ser las dos al mismo tiempo.
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El Lector - Bernhard Schlink
RomanceEl tema es el holocausto y la forma en la que han de ser juzgados los culpables, y plantea por ello un dilema moral. Al mismo tiempo, trata del conflicto generacional de la posguerra, sobre todo en la descripción de la relación del personaje princip...