Al confesar ser la autora del informe, hanna se lo puso muy fácil a las otras
acusadas. pronto quedó claro que había actuado sola y por propia iniciativa, y que si las otras la habían secundado, había sido a la fuerza y bajo amenazas. hanna tenía la sartén por el mango, decían. era ella la que mandaba y la que escribía los informes. era ella la que decidía.
los habitantes del pueblo que testificaron no pudieron confirmar ni negar esa hipótesis. vieron a varias mujeres vigilando la iglesia en llamas, sin abrir las puertas, y por eso no se atrevieron a abrirlas ellos mismos. también las vieron a la mañana siguiente, cuando se marchaban, y estaban seguros de que eran las acusadas. pero ninguno sabía cuál de ellas llevaba la voz cantante en aquellos momentos, y ni siquiera podían asegurar que hubiera una cabecilla.
—pero no pueden certificar —les preguntó, señalando a hanna, el abogado de una de las otras acusadas— que no fuera esta acusada quien tomaba las decisiones, ¿verdad?
no, no podían, cómo iban a poder. además, bastaba mirar a las otras acusadas, mujeres visiblemente mayores, más cansadas, cobardes y amargadas, para darse cuenta de que hanna tenía que ser por fuerza la que mandaba. por otra parte, la existencia de una cabecilla representaba una coartada perfecta para los habitantes del pueblo: para ayudar a las prisioneras habrían tenido que plantar cara a un disciplinado comando a las
órdenes de un superior, y no a un puñado de mujeres desconcertadas.
hanna seguía luchando. admitía lo que era cierto y negaba lo que era falso.
negaba con una obstinación cada vez más desesperada. no gritaba, pero la intensidad con que hablaba le resultaba chocante al tribunal.
finalmente se rindió. ya sólo hablaba cuando le preguntaban, y respondía con pocas palabras o daba datos incompletos; a veces parecía como distraída. ahora se quedaba sentada cuando hablaba: era como si quisiera manifestar que se había rendido.
el juez, que al principio del proceso le había dicho varias veces que no hacía falta que se levantase, que podía quedarse sentada, lo advirtió también con extrañeza. a veces, hacia el final, me daba la impresión de que el tribunal empezaba a estar harto y quería quitarse de encima por fin aquella carga; ya no tenían los cinco sentidos puestos en el juicio, sino en alguna otra cosa, quizá algo del presente, después de tantas semanas de viaje por el pasado.
yo también empezaba a estar harto. pero no podía quitarme de encima aquella carga. para mí, el juicio no estaba acabándose, sino empezando de verdad. hasta entonces yo había sido espectador, pero ahora me veía implicado, podía intervenir, podía influir en la decisión final. era un papel que no había buscado ni elegido, pero lo tenía, quisiera o no, tanto si decidía hacer algo como si me limitaba a comportarme pasivamente.
hacer algo... ese algo sólo podía ser una cosa: ir a hablar con el juez y contarle que hanna era analfabeta. que no era la protagonista, la culpable única en que la querían convertir las otras. que su comportamiento durante el juicio no se debía a terquedad,cerrazón o descaro, sino a su ignorancia total de la acusación y del contenido del
manuscrito, y sin duda también a la falta del menor sentido de la estrategia o de la táctica.
que no estaba en condiciones de defenderse adecuadamente. que era culpable, pero no tanto como parecía.
podía ser que el juez no se dejara convencer. pero por lo menos le haría pensar, le empujaría a intentar averiguar la verdad. y al final se demostraría que yo tenía razón, y hanna sería castigada, pero no con tanta severidad. iría a la cárcel, desde luego, pero saldría antes, volvería a ser libre antes. ¿y no era por eso por lo que luchaba?
sí, luchaba por eso, pero no estaba dispuesta a pagar el precio de ser
desenmascarada como analfabeta. y tampoco le parecería bien que yo traicionase, a cambio de unos cuantos años de cárcel, la imagen que había querido dar de sí misma.
ese trueque sólo podía hacerlo ella, pero no lo hacía, así que estaba claro que no quería hacerlo. para ella, su imagen valía esos años de cárcel.
pero ¿de verdad los valía? ¿de qué le servía esa imagen falsa, que la
amordazaba, la paralizaba, le impedía desarrollarse como persona? con la energía que invertía en sostener la mentira de su vida, podría perfectamente haber aprendido a leer y a escribir.
intenté hablar del problema con mis amigos. imagínate que alguien se dirige a sabiendas hacia su perdición, y tú puedes salvarlo. ¿lo salvarías? imagínate una operación con un paciente que toma drogas que son incompatibles con la anestesia, pero se avergüenza de ser drogadicto y no quiere decírselo al anestesista. ¿hablarías con el anestesista? imagínate que en un juicio se ha demostrado que el criminal era diestro, pero el acusado no se atreve a revelar que es zurdo porque le da vergüenza, y lo van a condenar. ¿se lo contarías al juez? o imagínate que un crimen sólo pudo cometerlo, con toda certeza, un heterosexual, y el acusado es homosexual, pero se avergüenza de serlo y se calla. no te pregunto si tiene sentido avergonzarse de ser zurdo u homosexual. sólo te pido que te imagines que el acusado no se atreve a confesarlo por vergüenza.
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El Lector - Bernhard Schlink
RomanceEl tema es el holocausto y la forma en la que han de ser juzgados los culpables, y plantea por ello un dilema moral. Al mismo tiempo, trata del conflicto generacional de la posguerra, sobre todo en la descripción de la relación del personaje princip...