CAPITULO 02 LIBRO ABIERTO segunda parte

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-Me parecen bastante agradables, aunque he notado que son muy reservados. Y todos son muy guapos-añadí para hacerles un cumplido.

-Tendrías que ver al doctor- dijo Onigumo, y se rió-. Por fortuna, está felizmente casado. A muchas de las enfermeras del hospital les cuesta concentrarse en su tarea cuando él anda cerca.

Nos quedamos callados y terminados de cenar. Recogió la mesa mientras me ponía a fregar los platos. Regresó al cuarto de estar para ver la tele. Cuando terminé de fregar -no había lavavajillas -, subí con desgana a hacer los deberes de Matemáticas. Sentí que lo hacía por hábito. Esa noche fue silenciosa por fin. Agotada, me dormí enseguida.

El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Me acostumbré a la rutina de las clases. Aunque no recordaba todos los nombres, el viernes era capaz de reconocer los rostros de prácticamente la totalidad de los estudiantes del instituto. En clase de gimnasia los miembros de mi equipo aprendieron a no pasarme el balón y a interponerse delante de mí si el equipo contrario intentaba aprovecharse de mis carencias. Los dejé con muchísimo gusto.

Sesshumaru Taisho no volvió a la escuela.

Todos los días vigilaba la puerta con ansiedad hasta que los Taisho entraban en la cafetería sin él. Entonces podía relajarme y participar en la conversación que, por lo general, giraba sobre una excursión a La Push Ocean Park para dentro de dos semanas, un viaje que organizaba Hoyo. Me invitaron y accedí a ir, más por ser cortés que por placer. Las playas deben ser calientes y secas.

Cuando llegó el viernes, yo ya entraba con total tranquilidad en clase de Biología sin preocuparme de si Sesshomaru estaría allí. Hasta donde sabía, había abandonado la escuela. Intentaba no pensar en ello, pero no conseguía reprimir del todo la preocupación de que fuera la culpable de su ausencia, por muy ridículo que pudiera parecer.

Mi primer fin de semana en Sengoku pasó sin acontecimientos dignos de mención. Onigumo no estaba acostumbrado a quedarse en una casa habitualmente vacía, y lo pasaba en el trabajo. Limpié la casa, avancé en mis deberes y escribí a mi madre varios correos electrónicos de fingida jovialidad. el sábado fue a la biblioteca, pero tenía pocos libros, por lo que no me molesté en hacerme la tarjeta de socio. Pronto tendría que visitar Okinagua o Kioto y buscar una buena librería. Me puse a calcular con despreocupación cuánta gasolina consumiría el monovolumen y el resultado me produjo escalofríos.

Durante todo el fin de semana cayó una lluvia fina, silenciosa, por lo que pude dormir bien.

Mucha gente me saludó en el estacionamiento el lunes por la mañana, no recordaba los nombres de todos, pero agité la mano y sonreí a todo el mundo. En clase de Literatura, fiel a su costumbre, Hoyo se sentó a mi lado. El profesor nos puso un examen sorpresa sobre Cumbres Borrascosas. era fácil, sin complicaciones.

En general, a aquellas alturas me sentía mucho más cómoda de lo que había creído. Más satisfecha de lo que hubiera esperado jamás.

Al salir de la clase, el aire estaba lleno de remolinos blancos. Oí a los compañeros dar gritos de júbilo. El viento me cortó la nariz y las mejillas.

-¡Vaya! -Exclamó Hoyo-. Nieva.

Estudié las pelusas de algodón que se amontonaban al lado de la acera y, arremolinándose erráticamente, pasaban junto a mi cara.

-¡Uf!

Nieve. Mi gozo en un pozo. Hoyo se sorprendió.

-¿No te gusta la nieve?

-No. Significa que hace demasiado frío incluso para que llueva -obviamente-. Era la única época que odiaba en Tokio.

Hoyo se rió. Entonces una gran bola húmeda y blanda impactó en su nuca. Nos volvimos para ver de dónde provenía. sospeché de Manten, que andaba en dirección contraria, en la dirección equivocada para ir a la siguiente clase. Era evidente que Hoyo pensó lo mismo, ya que se agacho y empezó a amontonar aquella papilla blancuzca.

EL AMOR BAJO LAS SOMBRAS DEL SENGOKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora