EPÍLOGO

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     Una ocasión especial.

     Sesshomaru me ayudó a entrar en su auto. Prestó especial atención a las tiras de seda que adornaban mi vestido de gasa, las flores que él me acababa de poner en los rizos, cuidadosamente peinados, y el yeso, de tan difícil manejo. Ignoro la mueca de enfado de mis labios.

     Se sentó en el asiento del conductor después de que me hubo instalado y recorrió el largo y estrecho camino de salida.

     – ¿ Cuándo tienes pensado decirme de qué se trata todo esto ? – refunfuñé quejosa como si fuera una autentica cascarrabias; 

     Odio las sorpresas de todo corazón, y él lo sabía.

     – Me sorprende que aún no lo hayas adivinado – me lanzó una sonrisa burlona, y el aliento se me atascó en la garganta. ¿ Es que nunca me iba a acostumbrar a un ser tan perfecto ?

     – Ya te he dicho lo guapo que estás, ¿ no ? – me aseguré.

     – Sí.

     Volvió a sonreír. Hasta ese instante, jamás le había visto vestido de negro, y el contraste con la piel pálida convertía su belleza en algo totalmente irreal. No había mucho que pudiera ocultar, me ponía nerviosa incluso el hecho de que llevara un traje de etiqueta ...

     ... Aunque no tanto como mi propio vestido, o los zapatos. En realidad, un solo zapato, por que aún tenía enyesado y protegido el otro pie. Sin duda, el tacón fino, sujeto al pie sólo por unos finos lazos de satén, no iba a ayudarme mucho cuando intentara cojear por ahí.

     – No voy a volver a tu casa si Sango e Izayoi siguen tratándome como a una Barbie tamaño real en tercera dimensión cada vez que venga, – me quejé.

     Estaba segura que no podía salir nada bueno de nuestras indumentarias formales. A menos que ..., pero me asustaba expresar en palabras mis suposiciones, incluso pensarlas.

     Me distrajo entonces el timbre de un teléfono. Sesshomaru sacó el móvil del bolsillo interior de la chaqueta y rápidamente miró el número de la llamada entrante antes de contestar.

     – Hola,  Onigumo – contestó con precaución.

     – ¿ Onigumo ? – pregunté con pánico.

     La experiencia vivida hacía ahora ya más de dos meses había tenido sus consecuencias. Una de ellas era que me había vuelto hipersensible en mi relación con la gente que amaba. Había intercambiado los roles naturales de madre e hija con Nahomi, al menos en lo que se refería a mantener contacto con ella. Si no podía hacerlo a diario a través del correo electrónico y, aunque sabía que era innecesario pues ahora era muy feliz en NAHA , no descansaba hasta llamarla y hablar con ella.

     Y todos los días, cuando Onigumo se iba a trabajar, le decía adiós con más ansiedad de la necesaria.

     Sin embargo, la cautela en la voz de Sesshomaru era harina de otro costal. Onigumo se había puesto algo difícil desde que regresé a Sengooku. Mi padre había adoptado dos posturas muy definidas respecto a mi mala experiencia. En lo que se refería a Toga, sentía un agradecimiento que rayaba en la adoración. Por otro lado, se obstinaba en responsabilizar a Sesshomaru como principal culpable porque yo no me hubiera ido de casa de no ser por él. Y Sesshomaru estaba lejos de contradecirle. Durante los siguientes días fueron apareciendo reglas antes inexistentes, como toques de queda ... y horarios de visita.

     Sesshomaru se ladeó para mirarme al notar la preocupación en mi voz. Su rostro estaba tranquilo, lo cual suavizó mi repentina e irracional ansiedad. A pesar de eso, sus ojos parecían tocados por alguna pena especial. Entendió el motivo de mi reacción, y siguió sintiéndose responsable de cuanto me sucedía.

EL AMOR BAJO LAS SOMBRAS DEL SENGOKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora