CAPÍTULO 01 PRIMER ENCUENTRO segunda parte

208 17 0
                                    

Mientras Me enfrentaba a mi pálida imagen en el espejo, tuve que admitir que me engañaba a mi misma. Jamás encajaría, y no solo por mis carencias físicas. Si no que si no me había hecho un huequecito en una escuela de tres mil alumnos, ¿que posibilidades iba a tener aquí?.
No sintonizaba bien con la gente. Punto. Ni siquiera mi madre, la persona con quien mantenía mayor proximidad, estaba en armonía conmigo, no íbamos por el mismo carril. A veces me preguntaba si veía las cosas como el resto del mundo. Tal vez la cabeza no me funcionara como es debido.
Pero la causa no importaba, sólo contaba el efecto. Y mañana no sería más que el comienzo.
Aquella noche no dormí bien, ni siquiera cuando deje de llorar. El siseo constante de la lluvia y el viento sobre el techo no aminoraba jamás, hasta convertirse en un ruido de fondo.

Me tapé la cabeza con la vieja y descolorida colcha y luego añadí la almohada, pero no conseguí conciliar el sueño antes de medianoche, cuando al fin la lluvia se convirtió en un leve susurro.

A la mañana siguiente, lo único que veía a través de la ventana era una densa niebla y sentí que la claustrofobia se apoderaba de mi.

Aquí nunca se podía ver el cielo, parecía una jaula.

El desayuno con Onigumo se desarrolló en silencio. Me deseo suerte en la escuela y le di las gracias, aún sabiendo que sus esperanzas eran vanas. La buena suerte solía esquivarme.

Onigumo se marcho primero, directo a la comisaría que era su esposa y su familia. Examiné la cocina después de que se fuera, todavía sentada en una en una de las tres sillas, ninguna a juego, junto a la vieja mesa cuadrada de roble. La cocina era pequeña con paneles obscuros en las paredes, gabinetes color amarillo chillón y un suelo de linóleo blanco. Nada había cambiado.

Había una hilera de fotos encima de la pequeña chimenea del cuarto de estar que colindaba con la cocina y era del tamaño de una caja de zapatos. La primera era de la boda fugaz de Onigumo con mi madre, y luego la que nos tomó a los tres una amable enfermera en el hospital el día que nací, seguida de una sucesión de mis fotografías escolares hasta el año pasado. Tenía que convencer a Onigumo de que las pusiera en otro sitio, al menos mientras yo viviera aquí.

Era imposible el permanecer en aquella casa y no darse cuenta de que Onigumo no se había repuesto de la marcha de mi madre. Eso me hizo sentir incómoda.

No quería llegar demasiado pronto al instituto, pero no podía permanecer en la casa mas tiempo, por lo que me puse la chaqueta, tan gruesa que recordaba a uno de esos trajes en caso de peligro biológico, y me encaminé hacia la llovizna.

Aún chispeaba pero no lo suficiente para que me calara mientras buscaba la llave de la casa, que siempre estaba escondida debajo del alero que había junto a la puerta, y cerrara.

Dentro del monovolumen estaba cómoda y a cubierto. Era obvio que Onigumo o Ginengi debían de haberlo limpiado, pero la tapicería marrón de los asientos aún olía tenuemente a tabaco, gasolina y menta. El coche arrancó a la primera, con gran alivio por mi parte, aunque en medio de un gran estruendo y luego hizo mucho ruido mientras avanzaba por la carretera. Bueno un monovolumen tan viejo tenía que tener algún defecto . La antigua radio funcionaba, un añadido que no me esperaba.

Fue fácil localizar el instituto pese a no haber estado ahí antes. El edificio se hallaba como casi todo en el pueblo, junto a la carretera. No resultaba obvio que esa fuera una escuela, sólo me detuve gracias al cartel que indicaba que se trataba del Instituto de Shikon No Tama de Sengoku. Se parecía a una de esas casas de intercambio en época de vacaciones construidas con ladrillos rojos. Había tantos árboles y arbustos que a primera vista no podía verlo en su totalidad donde estaba el ambiente de un instituto. Me pregunte con nostalgia. Donde estaban las alambradas y los detectores de metales.

EL AMOR BAJO LAS SOMBRAS DEL SENGOKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora