46. Ven y hazme entrar en razón

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Ven y hazme entrar en razón

[Eren. J]

Acababa de tomar mi clase de piano como ya era una costumbre desde que Mademoiselle se había presentado como mi madre biológica, iba un poco más rezagado en francés pero estaba dando mi máximo esfuerzo y mamá parecía contenta con mis pequeños e insignificantes avances. Esa tarde Isabel había preparado macarrones de fresa y se había sentado justo a un lado del piano para escuchar la forma tan desastrosa como lo tocaba. Hacía bromas sobre esto y aquello, y los tres nos permitíamos reír; era todo lo que había soñado cuando pensaba en mi madre e incluso de esta forma, era fácil olvidar la enfermedad de Mademoiselle. Aunque claro, había espacios vacíos en donde Isabel se derrumbaba en su habitación y decía que no podía soportar tanta felicidad, calidez y al mismo tiempo, tanto miedo y frío. No debía ser justo.

Mademoiselle había ido a tomar una pequeña siesta después de dos largas horas de que yo torturara sus oídos. Todo el tiempo estaba cansada, eso asumía yo, porque ella jamás lo mostraba, siempre fuerte y con una sonrisa en su bonito rostro, como si realmente estuviera pateándole el trasero a su enfermedad y no al revés. Isabel se preparaba un café en la cocina, había dejado caer su sonrisa de comercial y tenía los hombros demasiado hundidos como para ser posible, todas las bromas y las risas se fueron, y sólo quedó el silencio reinando en toda la casa. Al menos se permitía mostrarse totalmente rota frente a mí, sin pretender ser divertida y positiva todo el tiempo, porque era algo que cansaba demasiado.

Pronto tomó asiento junto a mí en el único sillón que había, estábamos a finales de Enero y el frío todavía calaba, así sería hasta primavera. Isabel era todo suéteres de lana, guantes y bufandas, su nariz llena de pecas estaba roja a consecuencia del frío y a pesar de eso, no dudó en compartir su manta conmigo, así pudo acurrucarse a mi lado un poco más.

—Hoy estuviste más distraído de lo usual, nunca había escuchado que tocaras tan mal— Murmuró, el borde de la taza rozando sus labios.— Mademoiselle no lo dijo porque es demasiado educada, pero alguien tenía que hacerlo. Algo te preocupa.

Algo te preocupa, y ni siquiera había sido pregunta. En realidad, podría hablarle de todas las cosas que me tenían preocupado en este momento, pero sólo había una cosa en particular que me había tenido más que sólo angustiado. Y es que no podía sacarme de la cabeza lo que había dicho Zeke, estaba tratando con todas mis fuerzas de no desconfiar de Levi y preguntar sobre eso, pero lo cierto es que cada vez comenzaba a cobrar más fuerza en mi cabeza. Había hablado un par de veces por teléfono con Levi porque se suponía que ambos hemos estado demasiado ocupados como para vernos en persona.

Con la aparición de Grisha, de mi madre, Erwin y Mike, siempre estaba divido entre con quién me tocaba pasar tiempo. Ahora, con la enfermedad de mi mamá, bueno, todo lo que quería hacer era estar todo el tiempo con ella lo más que se pudiera; Levi jamás reclamaba, nunca lo hizo. Al principio, cuando comenzó a actuar extraño y a decir que no quería que nadie más estuviera interfiriendo entre nosotros, pensé que era una especie de reclamo por pasar cada vez menos tiempo juntos, pero ahora me daba esa sensación de que ambos estábamos haciendo las cosas mal.

—Nada fuera de Mademoiselle me preocupa.

Le respondí por fin a Isabel, después de lo que pareció bastante tiempo en silencio. Ella enarcó una ceja y sus ojos tan cansados me miraron con suspicacia, como diciendo: ¿a quién tratas de engañar?, relamió sus labios y dejó la taza de café sobre la mesa de centro de la sala.

—Eres un asco mintiendo, tus orejas se ponen rojas cuando lo haces— Sentenció y ahora toda su atención estaba enfocada en mí cuando agregó:— Vamos, tu secreto estará a salvo conmigo. Promesa.

Like a girl; EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora