Cualquiera la hubiera tomado por loca.
Muchos no comprendían por qué una chiquilla tan bien educada e inteligente amaba una estúpida fiesta pagana. Sin embargo, tenía sus motivos, pero nadie se había molestado en preguntárselos.
La causa tenía nombre y fecha: Chiara, dos de mayo de 2006.
Algunos imaginaban su historia; otros (a los que me atrevo a calificar como faltos de ingenio, sin intención de ofenderles) no eran capaces de deducirla. No obstante, sólo los parientes más cercanos estaban al tanto de la inclinación natural de la muchacha hacia lo que se conoce como "El Día de los Muertos".
Al contrario que muchos amantes de Halloween, ella no era una de esas adolescentes que se van de fiesta vestidas de bruja y se emborrachan al son de la música de una discoteca decorada para hacer temblar al mismísimo fantasma Bloody Mary.
No, ella no era así.
Cualquiera la hubiera tomado por loca si se hubiese detenido a explicarles cómo, tras la muerte de su hermana mayor, cada anochecer se sentaba sobre la cama a esperarla, ilusionada de que regresara a besar su frente y desearle buenas noches. Y es que una noche de Halloween, ya bien acurrucada entre las sábanas, le pareció oír cómo se abría la puerta de su cuarto y unos labios cálidos se apoyaban delicadamente sobre su cabeza.
Comprendió que era cierta aquella popular historia: los muertos tienen permiso para bajar al mundo de los vivos una sola vez al año.
Desde entonces, el 31 de octubre se iba a dormir más temprano para que su hermana pudiera acercarse al cabezal de su cama, darle un beso y regresar al Cielo, en donde, probablemente, vivía.