José trabaja como modelo para una empresa de comerciales para la televisión. Se graduó como Licenciado en Educación Física. Su decisión se debió a que podía realizar ejercicio durante la carrera, aprender sobre la fisionomía del cuerpo y también sobre nutrición, cuestión que le interesaba para moldear su cuerpo. El gimnasio era su pasión. Le gustaba invertir horas y horas del día en un establecimiento levantando pesas y haciendo spinning. Mientras estaba en su casa y tenía tiempo libre se ocupaba de leer artículos sobre belleza masculina. Se enteraba sobre los nuevos cortes de cabello, cuidado facial y moda. Era un amante de sí mismo. Y, desde que empezó a existir el selfie, nunca faltaba una foto suya en las redes sociales.
Así como el teléfono inteligente era su más fiel cómplice, también lo eran los espejos. Su apartamento rentado estaba lleno de ellos. Espejos en la sala para crear la sensación de amplitud, espejos en el baño y espejos frente a la cama de su dormitorio. Invertía muchísimo tiempo mirándose en el espejo, peinándose. Se sentía a gusto en demasía con su físico. Aquello era su pasatiempo favorito y no lo podía evitar.
Su vanidad sería sentenciada por aquellos que fueron humillados por él, pues era una persona que criticaba el aspecto de los demás como un jurado en un certamen de belleza. Y así, el resentimiento de quienes padecieron comentarios negativos de José contra su persona, le desearían el mal.
Una tarde lluvioso José se piropeaba delante del espejo, se fue la luz y sintió un leve temblor. Cuando todo pareció calmarse se encontraba veía todo desde una perspectiva distinta. José no se encontraba delante del espejo, sino dentro de él. No podría mirarse jamás. Quedó petrificado y solo podría ver una cama y una pared. Ningún atisbo de belleza en aquellos objetos inertes.