En un pequeño suburbio de la ciudad de Boulder (Colorado) los días transcurrían en total calma y tranquilidad. La risa de los niños se escuchaban de forma constante, especialmente en la época de verano, donde salían a retozar confiados y alegres. Nadie imaginaba una vida distinta.
Una noche cualquiera, una luz fuerte y brillante iluminó la casa de los Hamilton, una familia compuesta por los padres y cuatro maravillosos niños, dos varones y una hembra, la menor de nombre Rose. Por ser la más pequeña, siempre se quejaba de no conseguir con quien jugar, incluso esa noche de la extraña luz era la única que no dormía, sus grandes ojos verdes apuntaban hacia la ventana, adonde se dirigió para ver lo que sucedía. No sabía de dónde, ni por qué, solo una luz bañaba todo su hogar. No le dio importancia, pues la pregunta que ocupaba su pensamiento era: ¿para qué tener hermanos si no juegan conmigo?, para ella era mejor ser hija única.
La luz desapareció, tan solo fue un instante. Al día siguiente Rose sin comentar lo sucedido se sentó en las escaleras de la entrada principal de su casa para jugar con sus muñecas como de costumbre. De vez en cuando veía a Peter practicar baloncesto a un costado, cuando de repente observó a la manguera de regar moverse hacia su hermano y cual culebra lo envolvió y asfixió hasta matarlo. Se sorprendió y su primer impulso fue avisar a sus padres; pero sin más sintió alivio, uno menos, pensó.
Se volvió a sentar, continuó jugando, esta vez con una alegría que la inundaba. Se le ocurrió entonces fijar la mirada en Justin quien montaba bicicleta con su amigo Angel, hacían carreras, la misma manguera se movió hacia la vía y frenó a Justin quién salió disparado hacia la acera, quedó inconsciente, quedó muerto. Rose se acercó y lo miró, sonrió. Ahora tiene un nuevo amigo de juego, la manguera asesina.