La oscuridad no permite observar que se encuentra a nuestro alrededor. Es por ello que nos aterra, pues la incertidumbre y no poder predecir lo impredecible nos espanta.
Emprendí un viaje hacia el occidente del país con la finalidad de ir al cumpleaños de mi abuela, quien soplaría 90 velas –sin duda todo un acontecimiento–. Como tenía poco capital económico en ese momento, decidí irme en autobús. Con la finalidad de aprovechar la carretera y en búsqueda de que haya menos carros en las autopistas, es muy frecuente que los autobuses viajen de noche. Así que la idea me pareció buena, podía dormir durante el viaje, por lo que sentiría un trayecto más corto en comparación a lo que marcan los kilómetros en el mapa.
La fiesta fue todo un éxito. Mi abuela estaba muy contenta porque pudo observar a amistades que no veía desde hacía años. También compartió con toda la familia (nietos, sobrinos, resobrinos, hijos, hermanos y primos). Hasta allí todo bien. Al día siguiente me dirigí hacia al terminal de pasajeros y empezaron los indicativos de que algo extraño podía ocurrir. El cielo se tornó gris y cayó una lluvia torrencial que impidió que el autobús saliera a la hora estipulada. Fastidiado por la espera, empecé a leer un periódico regional que en la sección de sucesos reportó la desaparición de 20 personas en una de las vías que yo agarraría de regreso a casa. Había poca claridad en la noticia y se especulaba con una supuesta banda delictiva. Al instante de que terminé la lectura apareció en la televisión un avance de los cuerpos de los desaparecidos con un detalle: ninguno tenía ojos. Aunque no mostraron las imágenes completas por reglamentación, las anclas describieron muy bien en qué estado se encontraban.
El clima se normalizó y el autobús salió. Todo está bien y tranquilo, aunque el pavimento estaba bastante mojado, cuestión que ralentizó nuestro andar. Tras dos horas de camino, hubo una falla mecánica, el autobús se estacionó en una carretera con ningún faro ni halo de luz: todo estaba oscuro. No pasaron 20 minutos, cuando aparecieron como zombis muertos caminantes –eran los desaparecidos–, quienes buscaban sus ojos, repitiendo una y otra vez que "la muerte estaba cerca".
Flechas atravesaron los cuerpos de los demás pasajeros y empezaron a caer uno tras otro. Si hoy escribo esto, es porque narró desde los ojos de alguien más.