Joseph había pagado el boleto para el viaje de realidad virtual que la empresa Coxx había promocionado a través de la web. La cosa iba más o menos así, ibas hacia un laboratorio ubicado a las afueras de la ciudad, te ponían una suerte de cablecitos pegados a la cabeza. Y, como si estuvieras en la sala de cirugías de un hospital, te transportabas a un mundo paralelo, que era el viejo oeste con todas las implicaciones que eso quiere decir: vaqueros, caballos, doncellas, prostitutas y demás. El gancho era que cada historia narrativa era distinta, pues los invitados eran distintos. Así que tú decidías que hacer adentro de aquel mundo. Además, tú podías herir a quienes se encontraban adentro pero ellos no a ti.
Joseph pagó el boleto a una experiencia distinta, innovadora y científica. Ya lo había escuchado por la televisión y sus amigos de la facultad de ciencias sociales se lo recomendaron. También había un grupo en Facebook que comentó los errores de aquel mundo y que casi se quedan atascados, pero la publicidad y el poder empresarial de Coxx tapaba de los diarios cualquier indicio de irregularidades en el mundo paralelo que se asemejaba al viejo oeste.
Así que Joseph agarró su tarjeta de crédito y se dirigió a los laboratorios de Coxx. La cuestión es que cada vez que alguien se pegaba los cablecitos a su cabeza perdía neuronas y, mientras más ibas, perdías identidad como ser humano hasta quedar en estado vegetal prácticamente. Joseph pasó los exámenes previos que eran un formalismo, se durmió y cuando amaneció, amaneció en algo parecido a la Texas del viejo oeste; sin embargo, lo que encontró allí fue catastrófico: la anarquía total.
Apareció en medio de un tiroteo y sin armas. Como pensó que no le iba a pasar nada paso justo al frente de la bala cera. Recibió un impacto de bala justo en el corazón y cayó al suelo. Joseph perdía sangre, iba a morir por un mundo paralelo que terminó ser la realidad.