Erase una vez una pareja joven que se encontraba viajando con motivo de su luna de miel. Al hacerse de noche ya pasadas las 12, deciden detenerse en el hotel más cercano para poder descansar y continuar el viaje con mayor energía al día siguiente.
Al parar en este hotel realmente ubicado en la soledad, sin ningún tipo de civilización a su alrededor, se sintieron con un poco de curiosidad y extrañados, que tan bien le podía ir a un establecimiento hotelero así que solo depende de viajantes como ellos en busca de refugio para solo pasar la noche.
Sin dudarlo ni un minuto más, bajaron del auto, entraron y vieron en la recepción a un hombre ya bastante entrado en años que los atendió con mucha amabilidad y les dio su habitación; al entrar en ella se percataron que no tenía casi luz y tampoco agua caliente.
Pasaron esa noche y se durmieron sin problemas debido a lo agotados que estaban por el trayecto recorrido hasta ahora. A la mañana siguiente decidieron tomar el desayuno en el mismo hotel, donde solo tenían pan tostado y café.
Se alistaron para partir y continuar con el recorrido, pudiendo conocer diferentes lugares; al tomar sus cosas e irse notan que el señor les desea buena suerte pero con una nota especial de misterio en la voz.
Deciden pasar por alto ese detalle que los dos percibieron y deciden montarse en el auto y seguir rodando sin rumbo fijo ya que esto se suponía que era una experiencia nueva que debía será divertida y un motivo para recordar. Pero no fue así.
Al cabo de un rato de estar manejando se percatan que a pesar de ir por otras vías siempre llegaban al mismo punto de inicio donde se encontraba el hotel, entonces llenos de temor deciden ir a preguntar.
Cuando obtienen una repuesta solo le dicen bienvenidos al laberinto de donde no podrán escapar jamás.