Nadie se atrevía a pasar por la última casa de la calle Perales. Todos evitaban si quiera voltear o quedarse mirando demasiado tiempo aquellas ventanas mohosas que escondían cualquier rastro de vida dentro de la casa. Aunque no era así, allí vivía un viejo millonario llamado Lucas desde hacía más de 60 años. No salía de la casa y nadie sabía demasiado sobre él. Simplemente le tenía miedo. Por las noches gritos, susurros, risas malvadas y ruidos extraños se escuchaban en la vieja casa.
Un día la ambulancia fuera de la casa del viejo Lucas alertó sobre algo malo. Todos miraban de reojo preguntándose qué había pasado. Una hora después salía una camilla con un cuerpo tapado con una sábana blanca. Los para médicos dijeron que el viejo millonario Lucas había muerto de un infarto.
El tema dio de qué hablar durante muchos días, muchos se preguntaban qué pasaría con las riquezas que se decía el viajo guardaba en la casa. Pero nadie se atrevía siquiera a pisar el jardín de esa casa con aspecto siniestro. Todos menos, Luis Ignacio, un ladroncillo que habitaba muy cerca de la calle y que planeó entrar a la casa a buscar las cosas de valor del viejo Lucas.
Esperó hasta una noche tranquila y entró con facilidad a la casa. Caminó por los pasillos y las habitaciones que parecían no haber sido tocadas en muchos años. Encontró jarrones, candelabros y muchas esculturas de valor, entró al cuarto principal y allí debajo de la cama una caja con mucho dinero. Tomo todo lo que pudo en un bolso y antes de salir del cuarto escuchó golpes detrás de una puerta al lado del armario.
Abrió con cuidado y allí había un altar con velas, aun encendidas, con una foto del viejo Lucas distorsionada, con aspecto macabro. Luis Ignacio se asustó mucho y se volteó pero la puerta se cerró, miró buscando una salida, ninguna. Risas malvadas inundaron la habitación hasta que lo dejaron sordo. Comenzó a gritar pero su voz se apagó de pronto. Una voz inundó el cuarto diciendo: ESTE ES TU FIN.
Ese fue el último día que alguien vio a Luis Ignacio.