12

30 10 0
                                        

Vive, ríe, ama. Si eso no funciona, carga, apunta y dispara.

Capullo.

Me encuentro en un patio sentada con un libro en la mano, al igual que los demás pacientes.

Me levanto de forma brusca del césped, con la adrenalina a mil por mis venas y respiro pesadamente.

—¿Te encuentras bien? —pregunta alguien tocando mí hombro.

Giro mí rostro para ver a la persona y siento mi cuerpo pesado, me aparto de forma descortés.

Las personas a mi alrededor me miran sorprendidas, ¿y cómo no? Actúo de forma paranoica, un sudor frío recorre mi columna vertebral.

—¿Adams? —pregunto intentando entender la situación.

Hace unos minutos nadie sabía de su existencia, y ahora está aquí, a mi lado.

—¿Sucede algo? —el autor de aquella escena tan horrible está frente a mis narices.

—¡No! —grito y luego de unos segundos, me doy cuenta del tono de mi voz—. Todo está en orden —me corrijo nerviosa e intento sonreír forzosamente por lo que termino formando muecas extrañas.

En cambio, Adans, está tranquilo, como si no supiese lo que sucede. Si será capullo.

—Si no sucede nada, entonces me retiro —la psicóloga ladea la cabeza, dudando de mi veracidad.

Regreso mi atención al capullo.

—¿Adans? —pregunto de nuevo, sin tragarme la situación.

—El mismo —frunce el ceño sin entender mi conducta—¿Estás segura de que no sucede nada? —pregunta por segunda vez.

—¿Dónde carajos estabas? ¡te busqué en el almuerzo! —muevo con frenesí los brazos exagerando y gritando a modo susurro.

—¿De qué hablas? —pregunta aún más confundido para luego reír a carcajadas, descontrolado —¡No puedo creer que hayas caído en mi trampa! —lo miro desconcertada, procesando sus palabras.

—Es que —continúa riendo mientras suelta sonidos de chanchito y se agarra el estómago— mientras estabas mirando un punto fijo en el comedor, hui sigilosamente y les pedí a los de la mesa más cercana que te convencieran de que no había nadie contigo —contesta apenas, no para de reír.

Decido ignorar a ese idiota, doy media vuelta y miro a mi alrededor. Algunos pacientes están atentos a nuestra conversación, ¡buitres!

Los miro de forma amenazante haciendo notar mi enojo. Detengo mis pasos al darme cuenta de que no tengo ni la menor idea de dónde estoy.

A veces me preguntó cómo es que llego a un sitio cada vez que me traslado a un mundo imaginario. Hasta ahora no entiendo nada.

Sé que la psicóloga Casandra ha estado torturando a la pobre niña y que Adans, recibió una bala en la parte frontal de su cráneo, pero ahora, estoy dudando cada vez más de mi despavorida imaginación.

—¿Dónde está la salida? —me acerco a pasos apresurados para acorralar a Adans y agarrarlo del cabello.

—¡Oye! ¿podrías calmarte? Sólo fue una pequeña broma —responde mientras sonríe de lado, sus famosos hoyuelos salen a la vista—. ¿Me podrías soltar? —luego de unos segundos me doy cuenta de que no emití palabra alguna.

—¡Responde maldición! —le exijo casi arrancando sus mechas, evitando su mirada de niño plebeyo.

—Vale, yo te guío —responde de inmediato intentando zafarse de mi agarre, ¿y cómo no?

Soy chiquita, pero peligrosa.

Adans me arrastra consigo a la salida. Hubiese sido incómodo que alguien que apenas conoces, te coja la mano con tanta confianza.

Le presto más atención al césped. Es demasiado verde, como si la vida de la persona que lo cuida dependiera de ello, incluso está mejor cuidado que el establecimiento, la brisa sopla aunque no demasiado como para hacernos comer polvo, el silencio que hay en el lugar es muy incómodo, a mi parecer, hay demasiada paz.

De todas las puertas que se presentan ante nosotros, una es la salida y está custodiada por dos King Kong de trajes.

—Ups —sonríe de manera angelical, encogiéndose de hombros—, creo que aquí no es — contesta de forma inocente—. Perdonen caballeros nos hemos equivocado, esta puerta no lleva a la biblioteca —replica arrastrándome como un muñeco sin vida por el patio nuevamente.

—¿Qué carajos, Adans? —exijo.

—Shhh, estás loca, ¿no viste el tamaño de esos orangutanes? —exagera su tono de voz y procede a postrarse como diva— ¿acaso no tienes piedad por esta alma libre de pecado? —menudo capullo con el que me vine a topar.

—A ver, virgencita —respiro hondo mientras presiono el puente de mi nariz con dos de mis dedos en un intento de calmarme—. ¿Tienes la menor idea de cómo salir de este patio? —le reprocho.

—Mmm, ¿acaso lo sé? —pregunta de forma estúpida.

—¿Acaso, lo sabes? —respondo con otra pregunta.

—No, la verdad no—hasta aquí llego. Me lanzo sobre él, ambos caemos, y gano uno que otro raspón, pero el, se lleva el gran golpe. ¿Cuándo es que tienes que golpear a alguien?

Pues este es un claro ejemplo.

—¡Espera no, mi rostro! —grita con voz chillona.

¡Qué fresa! Mi puño va desenfrenadamente contra su rostro sin dudar, uno tras otro sin detenerme.

—¿Acaso eso es lo único que te preocupa? —exclamo estallando en cólera.

Diviso a varias personas apresuradas y preocupadas por ver lo que está ocurriendo; siento unas manos sobre mis caderas, que lamentablemente me obligan a soltar a mi presa de las ondas expansivas de los golpes.

Pataleo tanto que siento que algo se rompe, un grito ronco se hace escuchar.

—¡Carajo niña! —y entonces lo veo.

¿Será este mi ser amado?

Lamentablemente, parece que ya no lo será, le acabo de dar en la ingle. Con razón gritó.

—¡Te pasa por pringado! —le comento alterada.

los King Kong que se encuentran en la salida, se acercan amenazadores. Cargan una inyección para mí.

—¡Adans me las voy a cobrar! —los orangutanes me acorralan junto a otros dos.

Me atrapan desprevenida e intento dar pelea. Pero son más rápidos, y logran tomarme de los brazos y piernas con fuerza.

—¡Oigan, no se pasen, eso dejará marcas! —articulo antes de sentir el pinchazo y desmayarme.

El Chico Usurpador De MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora