2. Corazón roto

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—Bien, hoy es el día. Este será mi año —se dijo Marinette deteniéndose frente a las escaleras del colegio. Tomó aire y se encaminó a su salón.

Como todos los años, algunos compañeros cambiaban de una clase a otra. Cuando vio la lista de quiénes estarían este año con ella, pudo ver que compartía salón con Juleka, Iván, Max y Adrien. Al leer el último nombre su corazón dio un brinco.

—Oh, veo que no quedamos juntas —dijo la voz de Alya a sus espaldas. Marinette se dio vuelta y saludó a su amiga, quien continuó viendo la lista y agregó— pero de todas formas estarás muy bien acompañada.

Marinette se sonrojó y asintió fervientemente.

—Ay, Alya, estoy muy nerviosa —se sinceró la peliazul— ¿Qué hago si me rechaza? ¿Si se ríe de mí? ¿O si me caigo en frente de él? ¿O si...

—Corresponde a tu amor? —terminó la morena— por qué eres tan fatalista, amiga. Piensa positivo. Y si te rechaza, bueno, al menos le dijiste y no tendrás la duda y podrás seguir adelante.

—Tienes razón, me estoy enredando sola —respondió Marinette negando con la cabeza. En eso, una tímida voz se alzó tras las chicas.

—Ho-hola Marinette, Alya —dijo un chico de pelo negro y ojos grises que llevaba una croquera bajo el brazo.

—¡Hola, Matt! —lo saludó alegremente Marinette— ¿Qué tal las vacaciones?

—Pues, bastante bien, gracias —contestó el chico, sonrojándose— ¿Y las tuyas?

—Nada mal —dijo la peliazul con una sonrisa. En ese momento sonó la campana que indicaba el comienzo de las clases. Marinette abrazó a Alya y se despidió de Matt con la mano.

El chico era relativamente nuevo. Había llegado el año pasado al colegio. Era originario de Estados Unidos, pero se había mudado a Francia con su familia por el trabajo de su padre. En general era muy seguro, pero se volvía muy tímido frente a Marinette. Era un gran artista y siempre estaba pintando con lápices o al óleo.

Al entrar al salón, Marinette ocupó el segundo puesto, lugar al que ya se había acostumbrado y donde se sentaba todos los años. El profesor llegó, se presentó y comenzó la clase. A los cinco minutos se abrió la puerta y apareció Adrien pidiendo perdón por el atraso. El profesor a penas lo miró y le dijo que se sentara. El rubio se colocó en el banquillo frente a Marinette. Antes de sentarse, la saludó con una sonrisa.

Marinette no pudo evitar sonrojarse y sentir que el corazón le saltaba de alegría. Y en ese momento decidió que ese mismo día, al finalizar las clases, le diría a Adrien lo que sentía.

Con ese pensamiento pasó toda la jornada escolar, juntándose en los recreos con Alya, que le daba apoyo moral, y perdiendo la mirada en los cabellos y la espalda de Adrien mientras estaban en el salón. Antes de darse cuenta, sonó la campana de fin de clases. Adrien tomó sus cosas y las guardó muy rápido. Marinette intentó imitarlo, pero se le cayeron los lápices y en lo que se demoró en recogerlos, el chico ya había salido del aula. La peliazul no se rindió. Incluso si tenía que seguirlo a su casa, ese día tenía que declararse.

Salió a toda prisa y al pasar por la puerta de su salón, Alya la estaba esperando.

—Marinette, tranquila —dijo la morena al ver tan agitada a su amiga— respira, eso es. Déjame peinarte un poco... perfecto. Estás preciosa.

Marinette no pudo evitar ruborizarse y le sonrió a su amiga dándole un suave golpe en el hombro.

—Bien, Adrien acaba de salir de la escuela, pero sigue en la escalera esperando a su chofer —le informó Alya que miró hacia la salida— es ahora o nunca, chica.

Marinette asintió con la cabeza, inspiró profundamente y, con paso militar, se acercó a Adrien ensayando mentalmente las palabras que iba a decirle en pocos minutos.

Me gustas. Me gustas. Me gustas. Me gustas. Muy bien, Marinette, solo dos palabras. Me. Gustas. Estupendo.

Al salir del recinto, vio a Adrien al pie de la escalera. Esas vacaciones había crecido, y ya casi había perdido la suavidad y redondez de su rostro, convirtiéndose de un apuesto adolescente a un joven muy guapo. Pero, a pesar de ese cambio en su cuerpo, su mirada seguía siendo igual de dulce y su sonrisa coqueta y bondadosa.

Marinette volvió a respirar. A ratos sentía que se le olvidaba hacerlo y debía inspirar profundo. Bajó los escalones lentamente, un poco por los nervios, un poco para evitar caer y hacer el ridículo frente a toda la escuela.

Cuando estaba a cinco escalones para llegar junto a Adrien, otra chica llegó al lado del rubio, lo abrazó y, tomándole el rostro, le dio un corto beso en los labios.

Marinette se quedó paralizada mientras veía que Adrien y la chica, a quien reconoció como Kagami, una compañera de esgrima de Adrien, se tomaban de la mano y se iban alejando a paso lento.

No pudo apartar la vista y todo pensamiento que tuviera se le esfumó al ver ese beso. Sus sentimientos de inseguridad y nerviosismo se transformaron en un hondo vacío en el fondo de su pecho. Sintió que alguien la tomaba del brazo y jalaba de ella.

—Vamos, Marinette —era Alya— debemos irnos.

La peliazul pestañeó varias veces mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y dejaba que su amiga guiara sus pasos.

Adrien estaba con otra.

Ya no valía la pena.

Ya no había nada que sentir.

Aunque tú no quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora