Recuerdo cuando solíamos pasar las cálidas tardes del otoño en aquel parque que tanto adorabamos.
Cruzábamos toda la ciudad para sentarnos en una banca y mirar las explosiones de colores rojizos y amarillos que la temporada nos regalaba, nos sentábamos tomados de las manos mientras veíamos a los árboles perder su follaje.
En tardes como aquella no nos hablábamos en absoluto, sólo disfrutábamos del silencio y de la compañía del otro.
Supongo que eso era lo que más amaba de ti, no necesitábamos hablar ni forzar conversación alguna, sólo había un dulce silencio cómplice entre ambos.
Ahora daría mi vida y todo lo que tengo por escuchar tu voz una vez más...
Una rosa por nuestras cálidas tardes de otoño...