XIV. Lucas

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Cuando me enteré que Silvania tenia una cita con Trent dos semanas después de descubrir que, al parecer, dos de las chicas que creía haber matado estaban vivas me quedé congelado.

Básicamente porque iba llegando de la universidad y los encontré riendo frente a una cena bastante elaborada: pollo, puré, ensalada, una botella de vodka y unas velas estaban sobre nuestra patética mesa de plástico dándole incluso un aspecto sofisticado.

Silvania estaba preciosa, se había rizado el cabello, llevaba maquillaje y un vestido gris. Noté en el momento que había interrumpido una charla bastante interesante por como estaban tan cerca y por el brillo de sus ojos.

—¿Qué está pasando aquí? —Pude preguntar al fin.

Trent le sonrió a Silvania y ella solo bajó la mirada, reprimiendo otra sonrisa.

—Solo estamos cenando —respondió mi amigo sin eliminar esa sonrisa boba y mirándola de reojo.

¿Desde cuándo esos dos compartían tanta complicidad? Trent no me había mencionado nada y Silvania tampoco. Me sentía dejado de lado, ignorado, abandonado.

Celoso.

Sacudí la cabeza para apartar esos pensamientos. Por supuesto que no estaba celoso, solo enfadado por no haber sido informado. ¿Qué pasaba con esos dos? ¡Se conocían por mí! ¡Yo los creé!

—Trent y yo nos escribimos hace unas semanas y hoy por fin decidimos tener esa cita que tanto se ha pospuesto —dijo Silvania dando un trago a su bebida— puedes unirte, si quieres.

Arrugué la nariz. Que me lo dijeran con tanta sencillez, como si yo fuera un niño pequeño irrumpiendo en una cena de adultos me molestaba. Que estuvieran disfrutando mientras yo me volvía cada vez más loco con el asunto de las chicas que al parecer no había matado, me molestaba. Que yo no pudiera disfrutar así con alguien me molestaba.

De Trent podía entenderlo, él no tenía idea de nada.

Pero ¿Silvania? Ella sabía exactamente lo que estaba pasando y lo mal que me ponía.

Hay una cosa característica en mí, esa cosa me ha generado problemas enormes toda mi vida como el que me causó esa noche.

—No gracias, recuerda que soy vegetariano —crucé la sala hasta llegar a mi cuarto y con medio cuerpo adentro dije— Supongo que Jackie debe estar contenta ¿No? A la mínima oportunidad saliste  con su crush a menos de un año de su trágica muerte, muerte que no hubiera pasado de no haberte emborrachado. ¡Bien por ti, West, eres la mejor amiga del mundo!

Esa cosa era que podía ser brutalmente cruel cuando me molestaba.

Y antes de arrepentirme me encerré en mi cuarto con llave, aunque a través de las delgadas paredes pude escuchar el llanto ahogado de Silvania y a ambos salir del departamento. Cerré los ojos y en ese momento supe que me había pasado de la raya, que había lastimado a Silvania y que ahora debía atenerme a la realidad.

Me había quedado solo otra vez.

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—¿Cómo pudiste hacer eso? —Gritó Trent apenas regresó y me encontró haciéndome un sándwich de queso. Debía fingir indiferencia, no podía dejar que se diera cuenta de lo mal que me sentía.

Ni de lo arrepentido que estaba.

—¿Decirle la verdad en su cara? Fue muy sencillo, solo abrí la boca y ya —le dí un mordisco a mi sándwich, pero era como masticar pegamento y el nudo de mi garganta no me dejaba tragar.

—La lastimaste Lucas, estaba llorando como una loca y diciendo que se quería morir.

—Eso no es novedad.

—¿Podrías tomarte esto en serio? Estamos hablando de una persona, de tu amiga. Y no solo de ella si no de mí, esa chica me gusta y tú lo arruinaste.

—¡Oh claro, ahora yo tengo la culpa! ¿Por qué no me contaron nada? ¿Eh? ¡De no ser por mí no habrían ni siquiera empezado a hablar!

—¡Porque sabía que lo arruinarías todo! ¡Como siempre!

Trent me miró con una rabia que nunca había visto, me acerqué a él para tratar de calmarlo pero se apartó como si fuera un leproso.

—No sabes pensar en nadie que no seas tú mismo ¿Verdad? —Quise replicar pero no me dejó— si por tu culpa algo le llegase a pasar a Silvania, te juro que estarás muerto para mí, Lucas. Muerto.

Se encerró en su cuarto. Luego de intentar hacer que saliera tres veces me dejé caer en la silla y aventé el sándwich por la ventana. ¿Qué me pasaba? Yo mismo había querido juntarlos y ahora estaba así, celoso, enojado, botando sándwiches como un desquiciado.

Esa noche no dormí.

Bueno, generalmente solo tenía un horario de sueño normal los días en que estaba en la universidad (tres veces por semana) ya que en el trabajo realmente no solia concentrarme. Pero estaba en parciales y, aunque era el mejor promedio del salón y me lo sabía todo, debía descansar para poder poner mi máximo esfuerzo.

Pero simplemente no podía. Silvania una vez más dominaba mis pensamientos, su mirada dolida, sus labios temblorosos. Casi podía escucharla tecleando en la computadora investigando sobre algún método indoloro para matarse.

Pensé en Jana, la primera chica que había "matado" accidentalmente. Éramos amigos, qué demonios, casi éramos novios, me gustaba, tenía un cuerpo delicioso pero no me importaba en lo absoluto. Aunque debo admitir que me hacía reír como pocas personas podían hacerlo.

No pude evitar hacer una comparación en mi mente. A Jana la conocía desde que entré a la universidad, nos habíamos acostado varias veces, había cumplido varias de mis fantasías con ella, pero no me importaba en lo absoluto. Si le hablaba mal me daba igual, si dejaba de hablarme me daba igual...

Pero con Silvania todo era diferente, esa estúpida me importaba, me preocupaba, la quería cerca todo el maldito tiempo. La sola idea de que no quisiera volver a verme se me hacía insoportable.

Por eso me levanté y, dejando el auto a un par de calles como siempre, fui a su casa. La ventana estaba cerrada, era obvio que sabía que vendría. Fue entonces que la ví salir del baño.

Eran las tres de la mañana y ella estaba tomando una ducha ¿Cuál era su maldito problema? Estúpida Silvania, hasta en situaciones serías me parecía rara.

—Toc-toc —Llamé, echando por el desagüe mi única oportunidad de verla desnuda.

Ella solo me sacó el dedo medio.

—Silvania... —La llamé, ella me ignoró y buscó su ropa— Estúpida ábreme.

Volvió a entrar al baño y salió en pijama, la llamé una vez más y ella se acercó a la ventana. La abrió, pero dejó la mosquitera puesta haciendo imposible que yo pudiera entrar.

—¿Vienes a hacerme sentir como una mierda de nuevo? —Preguntó, su imagen distorsionada por la mosquitera parecía hecha de píxeles, pero podía ver sus ojos enrojecidos por el llanto.

Respiré hondo y pronuncié esas palabras que sabía que podrían solucionarlo todo.

Tres razones para no matarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora