VIII. Lucas

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¿Cómo terminé rodando por el suelo con Silvania durante casi quince minutos? Esa era una buena pregunta. Pero todo pasó tan rápido que francamente no recuerdo como pasó. Las cosas estaban tomando un rumbo muy diferente al que pensaba.

Maldita sea, conocía a la chica hacia apenas dos días y ya se sentía como si fuera de toda la vida. ¿Cómo rayos se explica eso?

—Realmente te odio —me dijo cuando terminamos acostados lado a lado en el piso, sin aliento ya por nuestra absurda pelea.

—Sabes que me amas —repliqué con una sonrisa, Silvania me golpeó en el pecho y se levantó.

Se quedó mirando por la ventana un largo rato, no creí que ella quisiera que habláramos o algo, así que decidí dejarla tranquila. Pero en su mirada había algo... Una especie de añoranza que hizo que me levantara y me decidiera a darle un abrazo, de esos que sabes que son necesarios en ciertos momentos, justo como ese.

Ella se tensó, pero no hizo ningún ademán para apartarse, así que apreté mi agarre y acaricié sus brazos cubiertos por el suéter, ella seguía mirando por la ventana y una lágrima resbaló de manera imprevista por su mejilla.

—¿Qué pasa? —Me aventuré a preguntar.

—Es solo que... Jugaba todo el tiempo con Jackie de esa manera.

—¿Quién es Jackie?

—Mi mejor amiga, murió hace seis meses. Creo que ya te lo había comentado.

Sin saber que más decir, enterré mi rostro en el hueco que había entre su cuello y sus hombros, su cabello olía a menta por alguna razón y pude notar como sus hombros empezaban a temblar. Había desatado un mar de lágrimas al que por alguna razón no tardé en unirme.

Recordé a mi papá.

Recordé su risa, la manera en como me contaba hechos reales como si fueran cuentos, cuando me enseñó a tocar el piano y su "Cuidate mucho" siempre que iba a salir. Mi padre era un hombre sencillo, de campo y cariñoso como pocos, en sus ojos azules encontraba la tranquilidad aún en el momento más desdichado, en su voz rasposa todo sonaba más interesante, quería ser como él cuando creciera.

Recordé a mi madre, que siempre me veía con aire distante, como si fuera una molesta mascota a la que tenía que aguantar. Una vez me confesó que había estado a punto de abortarme, pero que mi padre no se lo permitió, se suponía que después de tenerme ella se iría lejos y él se quedaría conmigo.

Pero mi madre fingió que me había empezado a querer, que había empezado a querer a mi padre. Pero no nos quería a ninguno de los dos: ella solo quería el dinero que le podría quedar de herencia en caso de que él muriera. No supe más nada de ella luego de la muerte de mi padre y estaba bien con eso, si me la llegaba a encontrar no dudaría un segundo en matarla.

En algún punto Silvania dejó de llorar y yo continué haciéndolo, nadie nunca me había visto llorar de esa forma y mis instintos me decían que debía acabar con ella, que no podía permitir que alguien que me había visto tan frágil viviera para contarlo. Que ella era solo una chica rara a la que había ido a matar hacia apenas dos días.

—¿Ya estás bien? —Preguntó con voz ronca mientras acariciaba mi espalda.

Pero ya no era solo una chica rara. Ya no era una mera víctima. Silvania, de alguna manera, se había vuelto mi amiga.

—Si —Respondí separandome y mirándola a los ojos— ahora si lo estoy.


Algo tarde, lo sé, pero aquí está el capítulo y en un rato subo las curiosidades 💕

Tres razones para no matarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora