Gigantescos nubarrones cargados de tormenta cubrían la resplandeciente luna llena en aquella fría noche de agosto.
Nadie se veía, nada se escuchaba. Y es aquí en donde comienza esta historia: en un oscuro callejón, quizás como muchas otras historias. Un callejón que seguro a más de uno le ocasionaría una mala impresión.
Las ratas merodeaban por doquier, pasando en medio de una oxidada bicicleta de paseo y una motocicleta de los ochenta destruida hacía añares por un terrible accidente. Lo que más destacaba del lugar era un antiguo congelador arruinado cuyo interior rebalsaba de porquería y un televisor Philips de 1976 que bien podría haber estado en la casa de algún coleccionista. Y, por último, el punto que reflejaba el terror de quién se había metido en aquel callejón a pasar la noche.
Allí, en la profundidad del callejón, hacía presencia un aura oscura. Negra como los más recónditos rincones del mismo, tragándose toda la luz que a duras penas lograba acceder desde la calle. Su tamaño, considerable al medir tal como el promedio de un humano adulto, podía perturbar a cualquiera. Sin embargo, no era producto de la basura quemada ni de los desechos tóxicos que los seres más imprudentes solían incendiar por ahí.
Esa aura era especial. Las más peculiar de las peculiaridades que podían asaltar la ciudad.
Un par de resplandecientes ojos ámbar, con unas intensas pupilas carmesí en forma de tajo, resaltaban perfectamente en su oscuridad, observando con suma atención a la persona que tenía enfrente.
Su nuevo elegido, entre tantas opciones, no era más que un delgado hombre al que había sumergido, sin tener la intención, dentro de un terrorífico abismo.
El cuerpo del hombre parecía hielo ante el semejante susto de, en un abrir y cerrar de ojos, encontrar a esa aura allí, enfrente de él, justo antes de dormir. Su piel se asemejaba a la de una gallina y, como si fuera poco, una serie de escalofríos se encargaba de recorrer su espalda a la par que el resto de su cuerpo tambaleaba sin descanso.
El miedo le jugaba una mala pasada, dándole la sensación de haber estado allí durante toda una eternidad cuando en realidad solo habían pasado unos minutos. Entonces se animó a destaparse y averiguar si la silueta ya no estaba. Con toda la mala suerte que jamás creyó tener, se volvió a encontrar con los dos ojos amarillentos justo ahí delante. Fijos, mirándolo a él, sin pestañear ni una sola vez.
—No lo haré —dejó salir el hombre repentinamente, en conjunto con una voz temblorosa, dando respuesta al peculiar pedido que la misteriosa presencia le había dado con su llegada—. No puedo hacerlo.
—Pero ya lo has hecho hace tiempo —dichas palabras provinieron de aquella aura oscura, poseedora de una voz ronca y masculina coordinada a la perfección con la apariencia de aquellos peculiares ojos que, fijos sobre el hombre, no paraban de atemorizarlo—. Házlo de nuevo, y cuando sea tu turno de marcharte, me lo agradecerás.
—Pero..., ¿Agradecerte qué? Aún no sé qué planes tienes bajo la manga —el sujeto lentamente elevó su cabeza y miró al aura.
—Me agradecerás cuando llegues a un mundo que no sea idéntico a este basural en donde vives —los ojos amarillentos echaron un ligero vistazo a todo el lugar—. Vivirás en un palacio de lujo junto a otros sujetos como tú, quienes al fin tendrán todo lo que merecen y jamás pudieron obtener en sus vidas.
El hombre inclinó su cabeza nuevamente. Las lágrimas no esperaron más tiempo en salir. Su cuerpo aún temblaba como si le hubieran tirado encima un baldazo de agua fría. Comenzó a morderse con fuerza sus labios, llegando al límite de hacerlos sangrar.
—Aún así... ¿Es tan necesario que yo haga eso? —preguntó.
—Para mí es de suma importancia que lo hagas —respondió el aura de inmediato, insertando su visión en el muchacho dudoso—. Tú solo tienes que seguir tu instinto, sé que todavía lo tienes.
Una mezcla de palabras comenzaron a repetirse dentro de la mente del hombre, sonando tal cual como la voz había dicho.
«Lujo»
«Mundo distinto a este basural»
«Instinto»
Aquella aura misteriosa no sería fácil de rechazar, pero...
¿Por qué era tan horrible el precio que había que pagar?
¿Y por qué lo tenía que pagar un tercero?
¿Por qué no él? ¿Por qué él no se lo hacía a sí mismo?
¿Por qué tenía que dejarse llevar por su "instinto" para castigar?
—¿Y? —el aura habló impaciente—. ¿Vas a rechazar la única oportunidad de tener algo mejor que este montón de mugre?
El hombre abrió sus ojos. Las preguntas dentro de su mente se congelaron, como si aquella aura hubiese sido encargada de ello. Se animó, otra vez, a observar esos ojos intimidantes. Luego les dirigió la palabra:
—¿Cuándo me darás esa recompensa? —se atrevió a consultar—. ¿Cuándo podré irme de este lugar?
El aura solo lo miró. Sus ojos resaltantes no se desplegaron de tan miserable ser.
—De eso no me encargo yo —respondió honesto—. Es otro el responsable de ello. Yo solo me encargo de los de tu especie. De darles lo que jamás nadie les dio.
El hombre volvió a pensar. En su cabeza se repetían las mismas dudas una y otra vez, como si un carrusel de pensamientos hubiera sido puesto en funcionamiento en ese momento.
¿Tan necesario era que otra persona pagara?
Por un instante el hombre pensó en dejarse llevar por aquella fuerte incógnita para evitar cumplir los deseos del aura, pero luego otras preguntas surgieron para hacerle competencia.
¿Vas a rechazar la única oportunidad de tener algo mejor que este montón de mugre?
¿Vas a desperdiciar tu única oportunidad de "vivir" mejor?
El sujeto, decidido, elevó su vislumbre una última vez. Sus ojos repletos de lágrimas coincidieron con las orbes amarillas, las cuales cambiaron su mirar. Habían pasado de verlo con una interminable impaciencia a observarlo con satisfacción.
—Dime quién pagará tu precio, y lo haré.
El aura lo observó más orgullosa que nunca, dando por cumplido su objetivo de la noche, y tan pronto como pudo se inclinó a susurrarle un nombre.
Un simple nombre.
El primer nombre que se le vino a la mente.
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Almhara
FantasyHelena era su nombre. No tuvo mucha historia. Sus logros, sus sueños y sus intereses pudieron ser los mismos que los tuyos. Una vida común y corriente que dentro de un oscuro callejón, en una fría noche de abril, terminó. Pero es entonces cuando da...