Capitolo 1

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ORLENA

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ORLENA

Iba caminando por una de las calles más transitadas de toda Venecia junto a Mellea, mi mejor amiga. Ella parloteaba sobre su trabajo. Su ocupación en el mundo laboral era maestra de educación infantil. ¡Amaba a los niños! La conocí el mismo año que me vine a vivir aquí y desde entonces no nos hemos separado. 

En un principio, cuando llegue a esta ciudad desconocida para mí, me sentía pequeña e insegura de mí misma. Los primeros pensamientos que tuve fueron que mi familia iba a venir a buscarme. Sin embargo, con el transcurso de los meses y más tarde, de los años, supe que no iban a toparse conmigo. Esperaba con toda mi alma que se hubieran olvidado de mí. 

Seguía teniendo pesadillas de lo que me obligaban a hacer. Yo al principio me negaba y ellos recurrían a la forma más atroz que una persona podría obligar a otra a cumplir con un trabajo que se negaba a hacer. Torturarla. 

 Palizas, golpes, quemaduras con hierro hirviendo se quedaron grabados en mi piel. Tanto mi padre como mi abuelo no tuvieron piedad conmigo, aun sabiendo que era una niña. Jamás les importó en lo absoluto. 

 Todo lo nombrado anteriormente lo hacían en el sótano que se encontraba bajo tierra para que nadie escuchara mis gritos desgarradores que soltaba por mi boca cada vez que lo hacían.

 Aquella habitación es lo primero que aparecía en mis pesadillas con flashes de Davide dándome la golpiza del siglo e Isacco calentando el hierro en el fuego para después marcarme el costado de mi tronco con el metal.

 De alguna paliza que me daban y por el inmenso dolor que me producían los quemazos, alguna que otra vez me tuvieron que llevar al hospital. Por obvias razones les decían cualquier trola la cual ellos se la creían. Además de que seguramente les pagaban a los médicos para silenciarlos. Había veces que me pasaba días hospitaliza, por el simple hecho que en la misma semana recibía más castigos de lo habitual.

 De lo que también me acordaba una vez me desesperaba sudorosa era de que jamás pude hablar ni comunicarme con alguna enfermera o médico que deambulaba por los pasillos por el mero hecho de que no me dejaban sola ni para ir al baño. Estaba las veinticuatro horas vigilada y amenazada con otra dosis de tormento. 

Mi cuerpo después de tanta desazón acababa débil. No encontraba las fuerzas necesarias ni para levantarme de la cama. 

 Ahora era libre, mi cuerpo se encontraba en buen estado después de que nadie lo haya maltratado más. Había sanado, pese a ello mi cuerpo mantenía las cicatrices que me dejaron esos dos seres malignos. 

 Eran personas demasiado tóxicas y verdaderamente malas. Me duele que nada más yo lo haya logrado ver. Tienen una buena máscara puesta que no dejan traspasar sus verdaderas personalidades. 

 Anhelaba una nueva vida después de lo que había vivido, lo merecía y lo estaba consiguiendo. Nueva ciudad, amigos, casa, libertad. Todo lo que una vez llegue a soñar, lo estoy rozando con las yemas de mis manos.

Il passato torna sempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora