Capitolo 9

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ORLENA

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ORLENA

La adrenalina —que parecía que me había inyectado en vena —, hace su efecto. Todo dolor posible que tuviera hasta el momento, desapareció.

En un momento de arrebató, llevo mi mano a la flecha rodeándola con esta y arrancándomela de un solo tirón. Gritos desgarradores salen del fondo de mi garganta. Tales son los chillidos, que mi hermano frena el coche haciendo que me vaya para adelante. No me ocurre nada, puesto que me agarro fuertemente de los asientos, y no pasa de un susto.

—¿Te encuentras bien? —conforme va formulando la pregunta, su cabeza gira para verme a los ojos.

Aunque si digo la verdad en lo primero que se fija es en la flecha que tengo en mi mano izquierda, para después pasar a mi hombro derecho —que en estos momentos debe estar sangrando —, porque he quitado la pieza que hacía que se retuviera en el cuerpo.

—¡Joder Orlena, menuda avería te acabas de hacer! ¿En que estabas pensando? —pese a que me estaba con un dolor terrible, intenté sonreírle. No obstante, sospecho que me ha salido una mueca.

No quiero mirar el hueco en mi hombro por lo que pueda llegar a ver. No me gusta apreciar esas cosas, son desagradables para mis ojos.

—¡Deja de regañarme! —gruño —Lo que este hecho, no se puede deshacer ya, deja el drama—suspiro fuertemente y agrego algo más —. ¿Tienes algún pañuelo con el que poder hacer tope en la herida?

—Sí, espera un momento.

Mi hermano se quita el cinturón rápidamente y desliza su cuerpo hasta agarrar una mochila pequeña de mujer. Una vez la tiene entre sus manos, vuelve a ponerse bien, la abre sin perder más tiempo y saca un pañuelo colorido, bonito y seguramente muy caro.

—No preguntaré de quién es —digo en cuanto me lo tiende —. De Agnese no puede ser, así que solo puede ser de una persona: tu prometida.

Como puedo con una mano y con ayuda de la boca, me coloco el pañuelo en el hombro para que haga de tope y para el sangrado.

Necesito llegar a un hospital con urgencia.

Cuando vuelvo a oír disparos y es en ese instante cuando recuerdo en que situación nos encontramos. ¡En una persecución ni más ni menos! Y a estas alturas deben estar casi a la par nuestro si nos hemos parado por unos largos minutos.

—Hermanito tú dedícate a conducir como un poseso, que yo me ocupo de esa gente. No saben a quién han despertado —no quiero objeciones en mi clara decisión —. Por cierto, llama en cuanto puedas a tu hospital, necesito con urgencia que me atienda un médico.

—Aquí el hermano mayor soy yo. Yo debería dar órdenes.

—Bobadas —le resto importancia.

Bajo la ventanilla a la misma vez que mi hermano pone de nuevo en macha el coche, poniéndole turbo, dejando a una buena distancia a los gorilas.

Il passato torna sempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora