7

1.6K 278 55
                                    


La puerta de mi habitación es blanca. En este momento tiene horribles manchas rojas que no sé cómo demonios voy a quitar. Lo pensaré luego, por el momento quiero seguir golpeándola. Desconozco el tipo de madera de la que está hecha, pero es muy dura. A pesar de ello no siento dolor en los nudillos.

Estoy experimentando un terror muy intenso, no sé qué mierda hacer. Hay una sirena en mi baño, iba a comérmela, pero ahora ya no tengo ganas. No quiero que siga aquí, pero tampoco dársela a Iñaki o a Raúl y a su abuelo, porque sé cómo va a terminar. Dejo de golpear la puerta a los quince minutos, estoy jadeando. Todo este torbellino de emociones es horrible, pero al mismo tiempo me gusta. Estoy harto de estar tibio todo el tiempo, sin saber si me encuentro bien o mal. Ahora me encuentro mal, estoy seguro de eso. También estoy seguro de que esa sirena me ha hablado por telepatía.

Me pidió que me detuviera.

Ahora sí empiezan a dolerme las manos, me están temblando. Ya empiezo a pensar con claridad, lo que tengo que hacer es muy sencillo: solo debo ir al mar de madrugada y dejar a la sirena ahí. Listo, problema resuelto. Si Iñaki pregunta, me la he comido. Ya no recuerdo el sashimi igual. Ahora, cada vez que evoco su suave textura, rápidamente aparece la imagen de la sirena llorando en mi mente. ¿Es esto por lo que pasan los vegetarianos? ¿Por eso dejan la carne? ¿Por qué no me pasa con los demás animales? Tal vez porque los demás animales no parecen tan humanos.

Voy por el botiquín en un cajón de mi escritorio y me vendo los nudillos. No están tan graves. Nunca he sido alguien muy fuerte, por lo que mis puñetazos harían cosquillas a cualquiera. Un rato después regreso al baño con paso vacilante. Tomo aire, exhalo y abro la puerta. Entro muy despacio y veo a la criatura: sigue flotando como muerta, su cabeza sobresale en la superficie. El largo cabello negro parece tinta enmarcando su rostro.

Me arrodillo frente a la tina y me inclino.

—Habla —le pido con la voz quebrada—. Di algo, sé que lo hiciste hace rato.

Aprieto los labios. Vuelvo a tomar aire.

—No voy a comerte, hablo en serio. Me detuve como pediste.

Ninguna voz femenina se manifiesta en mi mente. Me siento un imbécil. Ese repentino arrebato de culpa me hizo imaginar cosas, ¿cómo diablos va a hablarme una sirena? No son criaturas mitológicas, son una especie desarrollada de los peces, es todo. Me froto los ojos, y entonces, en una fracción de segundo, la sirena se levanta y me toma una muñeca. Intento liberarme, pero tiene una fuerza monstruosa.

Maldita sea, bien lo decía el chef Brasme: dales una oportunidad y van a comerte. Bestia lista, esperó a que me acercara, fingió seguir paralizada y yo le creí.

No es que me preocupe mucho la muerte, es solo que pensaba morirme bajo mis propios términos. Quería desangrarme en la bañera, algo clásico, no esto. Bueno, sí voy a desangrarme en una bañera, pero no como quería. La sirena va a devorarme, y luego mi hermana, Iñaki o Marla van a venir a buscarme y verán mi cuerpo en pedazos. O peor aún: la sirena, arrastrándose y hambrienta, va a atacarlos antes de que siquiera me encuentren.

Cierro los ojos con fuerza. Espero la mordida que me arranque los dedos, pero eso no pasa. En cambio, siento algo rasposo en los nudillos. Miro a la sirena: ha quitado la venda de mi mano y está lamiendo las heridas. Tal y como dijo Iñaki, tiene la lengua un tanto larga y viscosa. Sus dientes son ligeramente más afilados que los míos. Hace un sonido extraño, como el ronroneo de gato. Me ve a los ojos: los suyos, grandes y negros, tienen la inocencia propia de los animales domésticos. La sangre se seca. Ella deja de lamerme, tiene una enorme mancha roja en los labios. Como una chica cuyo lápiz labial se corrió por dar tantos besos apasionados. Me toma la otra mano y hace lo mismo. Yo se lo permito, estupefacto. No sabía que podían controlarse tanto. ¿En serio debería dejarla? Podría estarme infectando la mano con veneno o algo así. No, no me siento mal, de hecho mis manos están mejor. Tal vez ellas así se curan de sus heridas.

—Gracias —le digo cuando termina, acariciándole la cabeza como si fuera un perro. Ella vuelve a ronronear, y esta vez siento ese sonido en mi cabeza. Es una vibración placentera.

No, no estoy loco, ella en verdad tiene poderes telepáticos. De pronto me siento terriblemente avergonzado. Solo estaba intentando ayudarme.

Me quedo en silencio, viéndola. Ella me palpa la cara y me toca el cabello. Estoy todo empapado. Luego pega su oído a mi pecho y se queda así un rato. Yo me limito a tocarle la cabeza una vez más.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora