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Fernando y yo nos hacemos cargo de quince cocineros divididos en tres estaciones. No es un restaurante muy grande, así que solo hay espacio para unos cuarenta comensales. Siempre hay una larga fila afuera, por lo que no hay tiempo para descansos. Abrimos a las diez de la mañana y cerramos a las nueve de la noche.

—Hoy vendrá Lara Greiner de Food and Wine TV —dice Fernando a los cocineros, quienes están en fila como si fueran militares—. Tienen que lucirse aún más que de costumbre, van a filmar absolutamente todo.

Fernando tiene veinticinco años, pero cualquiera que lo viera caminando por ahí con vaqueros y camiseta diría que tiene dieciséis. Es un joven de baja estatura, muy delgado y con voz suave. No hay duda de que es un líder nato, pero su apariencia no impone autoridad. Yo también luzco frágil, pero al menos soy alto y además tengo el atractivo propio de las sirenas. Se podría decir que estoy haciendo trama. Si no fuera por esto, Brasme nunca me hubiera dado el empleo como jefe de cocina así de fácil, me habría puesto miles de pruebas antes. Y hubiera fracasado.

El personal escucha a Fernando entre bostezos. Un rato después llega Lara, una mujer estadounidense muy delgada, y también sus camarógrafos. Mira fascinada a los cocineros moviéndose por aquí y por allá, y yo me pierdo en el olor a carnes de todos tipos, pastas y verduras hervidas. Estar aquí me da mucha paz. A lo largo de mis años de estudiante fantaseaba constantemente con este momento, y es mil veces mejor de lo que soñaba.

—Esta es la cocina fría —dice Fernando a Lara—. Aquí hacemos todos los aperitivos, guarniciones y ensaladas. Es lo más sencillo, pero somos muy cuidadosos, sobre todo con los quesos.

David y Marcial son los más jóvenes e inquietos de esta sección. Sonríen a la cámara mientras decoran con salsa de frambuesa los fiambres que hay en un plato. Lara mira los platillos detenidamente, y da opiniones positivas. Su español está muy marcado por el acento estadounidense.

—A la derecha está la cocina caliente —digo yo—. Se divide en dos: una sección de aves y res, y otra de pollo y mariscos.

—Esta es la más estresante de las tres zonas —comenta Julia, una de las cocineras.

—¡No, es esta de acá!—le contesta Yaiza desde la estación de postres.

Dejo que Fernando tome la palabra, y describa nuestros platillos principales. Le encanta ser el centro de atención. Aprovecho para hacer mutis y quedarme en una esquina. Al poco rato uno de los meseros entra y me entrega una servilleta.

—Una mujer dice ser su amiga, chef —dice.

Yo reconozco la delicada letra a al brevedad:

Te espero hasta que salgas. Sigue con el buen trabajo.

-Marla

Sonrío.

—Gracias—respondo.

Lara y su equipo ahora están en la sección de postres. Sofía está bañando en chocolate un pastel pequeño en forma de rombo. Es tan cálida y desenvuelta como siempre. Se ruboriza un poco cuando nota que la estoy viendo.

La jornada laboral transcurre con el ajetreo habitual, y cuando termina todos cuchichean sobre lo emocionados que están por salir en televisión. Marla entra a la cocina acompañada de Fernando, quien la mira con los ojos muy abiertos.

—No sabía que tiene una amiga tan bella, chef —me dice, dándole una sonrisa galante a Marla.

—Me dijo que eres un excelente líder—dice Marla.

—Un muy buen jefe —asiente Alicia, de la sección de postres, una de las cocineras más longevas—. Ahora somos más eficientes gracias a él.

—No me siento presionado como cuando solo estaba el chef Rendón—comenta David mirando de reojo a Fernando, quien trata de disimular su molestia—. Con todo respeto, claro.

Marla ríe y me toma del brazo. Sofía me mira a mí y luego a ella. Luce aún más joven cuando está triste.

—¿Y qué te trae por aquí? —le pregunto a Marla cuando los cocineros se van.

Ella se encoge de hombros.

—Es mi día libre, así que pensé "¿Por qué no tomar un taxi y ver a mi buen amigo Gus?".

No es buena mintiendo, nunca lo ha sido. Quiere ver si luzco jodido, si mi comportamiento es errático, si me estoy muriendo de a poco como Iñaki. No pudo ocultar su sorpresa cuando me miró al entrar. No esperaba verme tal y como la última vez que tomamos té en mi casa.

—Todos ahí te aman —dice Marla, sentada a mi lado, cuando vamos de camino a mi casa.

Trato de fingir modestia.

—No, solo me aprecian un poco.

Claro que me aman, pero no por mi pura esencia. Estoy en deuda con Marina por todas las maravillas que me ha dado.

—Te adoran, Gus. ¿No notas sus miradas llenas de devoción? Hasta el otro chef estaba embelesado.

Miro hacia el frente, pero aún así siento los ojos de Marla clavados en mí. Sigue estudiándome, incrédula. El trayecto se hace más largo, contengo un suspiro de alivio cuando llegamos. Ya en la sala, Marla me pregunta si puede poner música. No tengo problema con eso. Ella elige un álbum de bossa nova, en la portada hay una mujer asiática de perfil.

—No sabía que eres fanático de Olivia Ong —dice ella—. A mí también me gusta.

Yo me limito a sonreír. Nunca me fijo en quienes son los artistas, solo compro los álbumes por lo atractivo de su portada, y por el género.

—¿Quieres tomar algo? —le pregunto—. Tengo vino, o puedo preparar té. También hay pastel de zanahoria.

—Té y pastel suena bien.

Marla baila lentamente de un lado al otro, como si tuviera una pareja. Yo pongo el agua a calentar y me siento en el comedor. La veo, enternecido. No es muy distinta a la adolescente que conocí el primer día de universidad.

Me invita a bailar con ella, y acepto. Me abraza y sigue moviéndose, tiembla en mis brazos. Qué buena amiga tengo, me pone mal que sufra tanto.

—Así que es real —dice ella sin soltarme.

—¿Eh?

—Tu lazo con Marina. Es real. Han pasado seis meses y tú... sigues tan lleno de vida...

Se le quiebra la voz, yo la abrazo más fuerte.

—Sí.

—Oh, Gus, tú... —hunde el rostro en mi pecho—. Mi Gus, tú...Oh, cielos...

Paso una mano por su cabello.

—Lo sé, Marla, lo sé.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora