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Marina está muy seria, eso es raro. Por lo regular, cuando termino de leerle un cuento, ella me da su opinión con una gran sonrisa o conteniendo el llanto dependiendo de cómo estuvo el final. Creí que "La sirenita" de Hans Christian Andersen le gustaría, veo que me equivoqué.

Ella me ve fijamente a los ojos, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas sosteniendo su mentón. Usa un vestido rosa con botones al frente, se lo compré antier junto con otros 4. Todos le quedan muy bien.

La biblioteca vuelve a ser sombría cuando Marina no está sonriendo.

—¿Y bien? —pregunto, intentando romper el silencio—. ¿No te ha gustado?

—Yo haría lo mismo —contesta Marina, como para sí misma.

—¿Eh?

—No volver a cantar pero tener un par de piernas. Yo haría lo mismo que la sirenita.

—¿Por qué?

—Si fuera mujer podría casarme contigo, y darte hijos. Y saldríamos a todos lados.

Siento una punzada en el pecho. Ella suena muy triste, y ahora estoy tan conectado a ella que me transmite todos sus sentimientos.

—Marina, no digas eso.

Está sentada frente a mí. No veo su aleta, así que en este momento parece una humana común y corriente.

Me muerdo el labio inferior.

No, no parece una humana cualquiera, es demasiado bella.

—Dime la verdad —dice—. Si tu pudieras, ¿me cambiarías? ¿Me quitarías la cola y me pondrías un par de piernas?

—Yo...

—He visto demasiado la televisión como para saber que no puedo hacerte feliz así como estoy. Los hombres salen, se divierten y viven. Y si tú no vives es porque estás al pendiente de mí, porque me cuidas —suspira—. Si tan solo existiera esa bruja del cuento, si tan solo pudiera acudir a ella... no me importaría que cada paso me lastimara, yo lo soportaría.

No puedo soportar el dolor en sus palabras.

Me pongo de pie y camino hacia ella. Le seco las lágrimas que comienzan a brotarle. Mi pobre Marina ha sido cosificada por tanto tiempo que no sabe lo valiosa que es. Yo me enamoré de ella así, tal y como está ahora. No sabía lo mucho que me hacía falta la compañía de alguien hasta que llegó ella.

—Estás bien tal y como eres.

—Gus... —ella toma una de las manos con las que acaricio su rostro y me besa los dedos—. ¿Hablas en serio?

—Así te quiero —la miro a los ojos, le hablo con una convicción que jamás había tenido—. Así me haces feliz. Si cambiara algo de ti ya no serías Marina.

Lentamente, las blancas paredes se tiñen de rosa. Todo a mi alrededor está ligeramente borroso, menos ella. No importa cuantas veces caiga en su hechizo, nunca me acostumbro, siempre es tan potente como la primera vez. Mi cuerpo se aligera, él calor interno sube poco a poco.

Esta sensación ya no se trata solo de ella, sino también de mí. Es la mezcla de nuestros sentimientos.

—Me alegro —dice—. Porque ahora creo que ese será el único propósito de mi existencia: hacerte feliz.

Me arrodillo, estoy sonriendo. Marina me acaricia el cabello y me canta. Reclino la cabeza en su regazo, dejándome llevar. Nunca le quitaría nada de esto, si ella me hace tan dichoso es precisamente porque no es humana. Las humanas me dan igual, solo las usaba para satisfacer mi libido ocasional, no sentía ninguna conexión.

Marina comienza a sentir placer, las vibraciones se expanden a todo mi cuerpo. Levanto la mirada, ella toma mis manos y las dirige a los botones delanteros de su vestido. La desnudo lentamente, sin dejar de verla a los ojos.

—Bésame —pide con tranquilidad, y soy rápido en obedecerla. Ella me abraza mientras mis labios rozan sus clavículas y sus hombros. Ella siempre está fría, y eso me encanta porque así calma el ardor de mi piel.

Nuestro deseo siempre es tibio. Mi calor, su tacto helado.

El vestido cae, me aflojo la corbata. Marina me besa con brusquedad, como si quisiera devorarme. Me separo de ella por un instante y veo sus expresivos ojos negros.

—Quiero sentir tu cuerpo, Gustavo —dice.

La tomo en brazos. Aún no aparto mis ojos de ella mientras me dirijo al baño, pero aún así no tropiezo con nada y llego directamente. La dejo en la bañera y me desvisto con ansias, me tiemblan las manos. Ya desnudo, me quedo de pie un momento, viendo a Marina sonreírme. Respiro con dificultad.

Ella me llama con sus manos y su voz. Entro sin pensarlo.

La abrazo fuerte, la dejo tomar el control.

De nuevo me siento felizmente indefenso. Marina me besa.

Su suave torso contra el mío, las escamas rozándome entre las piernas con cada movimiento. Suspiro.

Me pregunto si en algún momento de mi vida este paraíso me hará daño.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora