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Marina tiene el cabello recogido, los broches en forma de rosas que usa le quedan muy bien. Tomamos té en la biblioteca, y ella hojea un libro de biología humana y otro del pintor Paul Gauguin. Aunque no sabe leer, entiende perfectamente las imágenes, estoy sorprendido de las conclusiones a las que llega. Si fuera humana, probablemente sería una científica o una crítica de arte.

Por mi parte, repaso una vieja guía sobre cuidado de sirenas. Aquí dice que no debo alimentarla con huevos, frutas, verduras y chocolate. Fuera de eso, todo está permitido. Lo que a Marina más le gusta es el té de manzanilla o siete azahares, y también la tilapia frita. Ayer hice las compras y traje nueve cajas de tilapia y un par de kilos de pargo. También pasé por una tienda departamental, y adquirí una cámara instantánea. Pensé en comprar varias desechables, pero tendría que ir a revelar los rollos y las verían. Es mejor así; la cámara instantánea es mucho más costosa, pero tengo las fotos al momento y solo serán vistas por Marina y por mí.

—¿Cómo se llama esta obra? —pregunta Marina señalando una pintura donde aparecen varios tahitianos en un tranquilo paisaje tropical. Hay una estatua azul de una mujer con los pechos desnudos y joyas en su cabello al fondo.

Leo el nombre debajo de la imagen:

—"¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?"

—Es un nombre muy largo —responde ella—. Me gusta.

Sigue viendo las pinturas. Toma mi mano bajo la mesa.

Esas dudas me dieron vueltas en la cabeza por muchos años, sobre todo después de que mi madre murió. Creo que fue a partir de eso que me desconecté del mundo.

—¿Y tú a dónde vas? —me pregunta ella sin apartar los ojos de las páginas.

—A ningún lado. Todo lo que quiero está justo aquí.

Marina no contesta, solo sonríe. Las vibraciones me invaden el cuerpo.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora