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¿A dónde me llevará Marina esta noche? ¿Volveremos a la playa o imaginará un lugar distinto?

Cierro los ojos, me acomodo en la cama y me pierdo en su voz.

Nunca me había fascinado tanto dormir, ni siquiera cuando volvía a casa muy agotado por mi trabajo como cocinero. Tiempo después, cuando me convertí en esclavo de UNIKA, dormí de más, y no tanto porque me gustara, sino porque no tenía otra cosa qué hacer además de leer y ver televisión. Ahora ir a la cama es algo muy emocionante.

En más de una ocasión me he preguntado si otros hombres a lo largo de la historia han tenido esta misma conexión con una sirena, y estoy muy seguro de que sí. El libro de cuentos que empecé a leerle a Marina esta tarde, Trece deseos al mar, es una oda a las sirenas. Creo que su autor tuvo una larga y bella relación con una, y las aventuras que vivieron en sus sueños compartidos fueron la inspiración para los relatos.

—¿A dónde iremos? —pregunto a Marina en mi mente, empezando a sentir pesadez en el cuerpo.

—A un lugar elegante. Lo vi hoy, va a gustarte mucho.

Me quedo dormido. Unos segundos después estoy en un enorme salón lleno de hombres con esmoquin y mujeres usando vestidos ostentosos. Todos llevan máscaras blancas de cara completa. Bajo la mirada y me percato de que mí ropa es igual que la de ellos. Un vals se escucha a todo volumen.

Si esto fuera el mundo real ya hubiera huido despavorido.

—¿Marina? ¿Dónde estás? —pregunto, y no obtengo respuesta. Camino entre la gente, divertido. Todos la pasan bien, me transmiten su alegría.

El lugar es hermoso. Marina, como siempre, recordó todos los detalles que vio en la película o serie a la que le pertenezca esto. En estos momentos debe estar bailando por ahí, esperando a que la encuentre.

No, no aparece. Decido ir a una mesa y sentarme.

—¿Qué tal? —dice una voz a mi derecha. Volteo para encontrarme a Marina sonriéndome, usando un largo vestido blanco con detalles de encaje. Esta vez sí mueve la boca al hablar, es muy extraño. Ya me acostumbré a tener su voz dentro de mi cabeza.

—Me gusta, es muy lindo —miro alrededor—¿Qué están celebrando?

—Nuestra boda.

Siento el rostro caliente. Mi reacción parece divertirla.

—Al menos aquí podemos hacerlo —dice—. Dime, ¿nunca habías pensado en casarte?

—No. Ni siquiera en tener pareja.

—¿Y por qué?

Me encojo de hombros.

—No lo sé, las mujeres no llamaban mi atención.

Su sonrisa se intensifica.

—¿Y yo sí?

—Sí.

Marina se pone de pie, y noto que tiene un par de piernas. Se dirige hacia mí con seguridad, como si hubiera caminado toda su vida. Tomo su mano y nos unimos a los demás. No soy bueno bailando, pero en este pequeño mundo todo es posible. Ella y yo somos el centro de atención; nos movemos con gracia sin dejar de vernos a los ojos. Siento ganas de llorar por toda la dicha que tengo, no puedo creer lo completo que estoy ahora. Lo completo que he estado desde que Marina entró a mi vida.

Entonces el salón desparece, como cuando se apaga un televisor. Mi móvil suena, y yo, molesto, me levanto de la cama para contestar. Si es Montero voy a tener que esforzarme mucho para no gritarle que acaba de arruinar mi boda.

Abro el teléfono y me lo llevo a la oreja con los labios fruncidos.

Escucho una voz quebrada de mujer.

No, no se trata de Montero. Quien habla es Eloísa, la madre de Iñaki.

La escucho detenidamente sin inmutarme. Su hijo se colgó del techo de su habitación.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora