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Si pudiera hacer realidad un deseo, el que fuera, no sería convertir a Marina en humana. Tampoco que el matrimonio entre sirenas y humanos fuera legal.

Mi deseo más grande, por el que daría todo lo que tengo, sería convertirme en una sirena.

—¡Mira, Gus, va muy rápido! —dice Marina montada en un delfín, el cual nada a toda velocidad. Yo, sentado sobre una perezosa tortuga gigante, la veo con una sonrisa.

Si fuera una sirena esta sería mi vida. Bueno, quizá no tan ideal, pero igual sería feliz. Dejaría atrás mi trabajo, la vieja casona y ese enorme vacío que nunca he podido llenar del todo. Solo seríamos Marina, el océano y yo. Ella no tendría que permanecer en mi mundo, siempre confinada entre cuatro paredes. En el mar nos amaríamos sin escondernos, tendríamos hijos y cuidaríamos de ellos. Nuestro lazo sería aún más estrecho.

Marina regresa a mí. La acompañan peces dorados, los cuales rodean su cabeza formando una tiara. A veces la veo y dudo que sea real, es demasiado hermosa. Nunca me consideré alguien con suerte, jamás creí que este ser me haría volver a la vida. Es perfecta para mí, pero yo no para ella. No mientras sea un humano, no mientras su cuerpo físico permanezca en la bañera. Esta debería ser su realidad, aunque ella diga que no la necesita. Su vida se está evaporando en mi casa, ignorando la belleza de la libertad. Ella nunca aceptará desprenderse de mí. Ahora puedo ahondar en sus pensamientos, conocer todos sus temores y anhelos. Lo que siente por mí es fuerte, tanto, que la quema por dentro. Tiene el cuerpo frío pero sus emociones arden.

Su mayor deseo es hacerme feliz, y su mayor miedo es que yo muera.

Cualquier mujer podría decirme que me ama, repetírmelo una y otra vez, pero yo nunca podría saber si dice la verdad. Marina es transparente; no solo sé que me ama, sino que lo siento en mi carne, en mi espíritu.

Mi adicción a ella no surgió de solo tocarla constantemente, sino de pasar tiempo escuchándola, velando por ella y abriéndole mis sentimientos.

Marina me toma de la mano y recorremos el mar. Nos tomamos nuestro tiempo. Dos peces se posan en mis hombro esperando que los acaricie. Las hermanas de Marina nos saludan desde un hermoso castillo de coral. Ella ya no las quería de vuelta aquí, pero después de que conocí el criadero supe que era mejor que estuvieran de vuelta. Ya no está conectada a ellas, lo que significa que murieron. Pero no por eso debería olvidarlas. Marina las ve con una leve sonrisa, acaricia al pez en mi hombro.

«Lo dejaría todo por ti», pienso.

Seguimos nadando. No quiero despertar, quiero estar aquí por siempre.

«Si tan solo fuera una sirena...»

El agua se tiñe de rosa. Este océano es el reflejo de nosotros, de lo que sentimos el uno por el otro. Es cálido, es perfecto.

Así persiste el resto del sueño, y así estará en todos los demás.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora